jueves, 24 de noviembre de 2016

De Arhelyn. De mi renacimiento.




                Mucho se espera de los hijos mayores, lo saben, ¿verdad? Pero cuando eres la hija mayor de los Vartfilet (comerciantes, ambiciosos, competitivos y cairhieninos), el asunto se vuelve aún peor. Desde pequeña intentó criárseme en el gran juego, en historia, matemáticas, economía, en cómo sacar lo que los de extramuros no tenían… Pero a mí, a mí me llamaban la atención las batallas, los rumores de falsos dragones, la vida al aire libre, y no podía imaginarme rigiendo la tienda de papá toda mi vida, o casándome con un comerciante que la llevara en mi lugar ¡Eso peor! Nadie tendría que decirme qué hacer, que decir, cómo decirlo para que se crea esto o aquello… nadie.

                Mis padres decían que lo soportaría porque, de lo contrario, mi hermana Goraime heredaría la tienda en mi lugar y yo tendría que empezar todo desde cero, que ese privilegio me pertenecía a mí por ser la mayor. Y yo… Y yo envidiaba la suerte de Goraime: su libertad, sus estudios más relajados, sus clases a elección.

                Sin embargo no todo era tan malo. Mi nodriza (mi madre estaba demasiado ocupada en la tienda y fingiendo ser noble), opinaba que me exigían mucho. Y con un poco de intriga aprendida en Cairhien, y con su experiencia en el uso de la daga adquirida en Saldaea, su país natal, decía que haría de mí una guerrera oculta. También me atiborraba de pasteles cuando yo quisiera, y me compraba todos los vestidos y trajes de montar que se me ocurrieran. La excusa era que siempre debía presentárseme bien en sociedad.

                Todo era perfecto, con mi nodriza de mi lado creía que podría soportarlo. Hasta que un día llegó mi padre diciendo: “pequeña, tus deseos se han cumplido. Ya no necesitas seguir con la tienda de la familia. Vas a casarte con un joven de una casa noble menor, y con ello meterás a la familia al fin a la nobleza. Tu hermana tomará tus clases a partir de ahora, y tú… tú recibirás otras lecciones que no sabía que necesitarías.
                “Ese noble vino de casualidad a la tienda una vez en que practicabas con tu madre, te vio, y comenzó a negociar tu mano –como si yo fuera un objeto, pensé-, no pongas esa cara, Arhelyn, ya verás que todo será maravilloso”.

                Me sentí morir: eso pondría fin a todas mis ambiciones. Ambiciones que existían, deseaba poder, pero al filo de mi daga; deseaba fama, pero por mi pericia en la batalla; deseaba lujo, ¡pero el que yo ganara!

                Agobiada y preocupada esa noche me acosté y me costó conciliar el sueño. Al hacerlo, soñé algo que parecía muy real… estaba en un lugar con una cama enorme y mullida, tapices rosa y muebles caoba con adornos de plata reluciente, era mi habitación, extrañamente iluminada sin velas aunque fuera de noche. Pero mi daga favorita, mi símbolo de poder y riqueza se transformaba en la silueta de la cara de un noble cairhienino que decía: “amada mía, soy tu perdición, tu oscuro y tus renegados… y si no me obedeces perecerás bajo mi mano”.

                Sentí miedo, la daga se vino en contra de mí, que siempre la empuñé… Y me pinchó en la mano derecha sacándome sangre. Debía hacer algo…, algo que me libere de la nobleza impuesta, de las obligaciones familiares, de la intriga de mis padres… de todo eso… si pudiera saltar… si mi necesidad me llevara a otro lado… Si mi necesidad…

                De pronto me encontré ante una torre blanca, alta e imponente, de hechura ogier. Los había visto en Cairhien cuando aún reconstruían las torres interminables; había hablado con ellos también, una tarde en que no tenía clases, mejor dicho que me escapé de clases, y ellos me contaron de muchas obras que habían construido para ellos, muchas obras maravillosas y las arboledas que las acompañaban. Esa torre solo encajaba con un lugar: tar Valon y la Torre Blanca.

                Pero ¿Tar Valon? ¿Qué habría en Tar Valon para mí? ¿Qué podría yo necesitar? ¿Necesitar algo de tar Valon? En un abrir y cerrar de ojos me encontré en un lugar con un arco retorcido, y me vi a mí misma tomando un chal verde.

                La impresión me despertó y descubrí que en mi mano derecha había un pinchazo ensangrentado. Y el sueño, y la torre, y la urgencia de escapar se hicieron más reales. Me puse a pensar sobre los ajah… Había visto en la Gran biblioteca un libro que hablaba de ellos. Me levanté y esperé que la biblioteca abriera para consultarlo.

                Una vez dentro y con el libro en mis manos, descubrí que había un ajah verde relacionado con las batallas y con enfrentar al oscuro. Las Aes Sedai… Las creadoras del gran juego… Las Aes Sedai del Ajah verde, las guerreras por excelencia… ¿Seré capaz de encauzar el poder? ¿Qué pierdo con probarlo? ¿E iré detrás de un sueño que lastima? Bueno, si no puedo encauzar, al menos podré saber qué significa eso. Las Aes Sedai lo saben todo, y tal vez pueda ser una de ellas.

                Con esto en mente llegué a casa, dispuesta a empezar una nueva vida. Dije a mi sirvienta que me iría de viaje con papá a Tear, que debía prepararme provisiones y todo como si viajara sola, que en eso consistiría la siguiente prueba. Y cuando todo estuvo listo partí, no dije adiós a nadie, volvería a verlos algún día, seguro. Solo dejé una nota en el ajuar de novia que mi madre estaba adaptando para mí. No tardarían en verla, pero para ese entonces, yo ya estaría lejos… muy lejos, donde nadie pueda decidir por mí, donde la nobleza no pueda alcanzarme, donde sea dueña de mí, donde el oro no siga a los comerciantes.

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