jueves, 27 de abril de 2017

De Dannahyeri. Una batalla más, Una joven y la tragedia en la que se ve envuelta




La joven que escribe es una mujer alta, de piel ébano y profundos ojos azules muy oscuro como océanos en tormenta, en los cuales destella una mirada traviesa y una seguridad en sí misma característica de las mujeres atha’an miere, aunque muy, muy mimada. ¿Qué se puede esperar de la menor de cinco hermanas? Aunque ahora se los ve enrojecidos, como si hubiera llorado; su cabello ondulado está atado en una cola con una cinta de vivos colores, que contrastan con el estado de ánimo que presenta.

26 de Shaldine, (año no legible)
Querido diario:
                Hoy hemos llegado de pescar con mi padre Tharam din Jareb Escama Brillante, mi hermana Ramelia que es algo mayor que yo y Dangeria, que es mayor que Ramelia. Mis dos hermanas mayores que Dangeria, Andaia din Jareb Estrella Plateada y Bereia din Jareb Luna Plateada, son gemelas idénticas como dos gotas de agua, y una de ellas es ya navegante y la otra su detectora… En fin, que con esto de las singladuras, ellas no estaban con nosotros para ir a pescar a las costas que están cruzando el bosque de la isla.
                Por lo general mi padre tampoco está en Tremalking, y nosotras, que somos pequeñas, solemos estar donde está papá. Pero resulta que el Coral Frondoso, bergantín del que mi madre era detectora y mi padre tripulante, fue atacado por los seanchan de camino a Ebou dar, por lo que nos hallamos temporalmente en tierra hasta que se nos asigne a otro barco.
                Ya sabes que no suelo contarte cosas tan tristes, querido diario, y trato de ser fría e impersonal con las cosas extrañas que ocurren desde que encontraron al Coramoor; pero por mucho que mi padre se esfuerce por arrancar de nosotras el horror de lo vivido, nada puede borrar las violentas escenas presenciadas aquél día del ataque.
                Habíamos conseguido mucha seda. Dangeria estaba molesta porque la habían castigado por no aprender cómo se cambiaba el tiempo todavía…, bueno, no exactamente por eso, Dangeria había dicho a una grumete en su primer singladura que sabía hacerlo, la había instruido mal y, accidentalmente, habían empapado al Maestre de Cargamento que le enseñaba unas cuentas a la Navegante; En lugar de despejar el cielo y avivar el viento, habían extraído agua del mar que derramaron justo sobre sus cabezas. La pobre fue descendida a grumete al instante, y estaría encargada de limpiar las sentinas y la cubierta hasta que el Maestre indicara haber terminado todas las cuentas que debía rehacer.
                Ese fue mi primer mal momento del día, porque, si no te puedes descargar con nadie, es obvio que buscarás meterte con tu  hermana menor hasta sacarla de quicios: me dejó una estrella de mar debajo de la almohada, arriba de mi diario. Pegué tal grito, que desconcentré a Rawena Sedai que instruía a unas aprendizas, por lo cual mi madre me dio una azotaina, y me advirtió que a la próxima rabieta de adolescente indisciplinada me dejaría a cargo de los amallares sin los demás, puesto que yo era la única que aún no tenía edad suficiente para participar de una singladura como tal.
                Estaba enojada con mi madre por injusta, con Dangeria por pesada, con Ramelia por ser capaz de aprender a encauzar. ¿qué derecho tenían todas de dejarme sola y no entenderme? ¡Cómo se le ocurría a Ramelia poder encauzar aún si nadie le enseñaba! Con eso había sido admitida en singladura un año antes de lo esperado y yo no tenía a nadie con quien hablar; y si Ramelia se ponía igual de antipática que Dangeria, ya me valdría más hacer otra rabieta para que, al menos, pudiera hablar con los jóvenes amayares, sería interesante ver cómo llevan lo de la filosofía del agua. A mis 13 años debo tener pláticas, muchas e interesantes. También debo tener las olas cerca, peces y baños con mis hermanas. Todo eso es necesario para poder entrar a una singladura preparada emocionalmente, puesto que allá serán más duras de lo que es mi madre conmigo. Me alegra, querido diario, que pienses como yo en este asunto.
                Vaya, ya he borrado el año con mis lágrimas. Es increíble que después de pasados dos meses de todo lo que te cuento, aún llore cada vez que hago memoria. Mi padre insiste en que debo relatarlo todo, lo bueno y lo malo; que será bueno para mí por si llego          a ser Navegante (puesto que aún no sabemos si yo podré encauzar o no); que así tendré el temple suficiente para llevar una bitácora detallada de todo lo que ocurre en océanos calmos y tempestuosos. Pero, no sé por qué he tardado tanto en escribir todo esto, ni por qué puedo contar mi “rabieta de adolescente indisciplinada”, como la llamó mi madre, sin llorar; pero lo que ocurrió después aún me afecta tanto. Sí, es terrible, es feo, es injusto; pero ya pasó, y mi pueblo me necesita entera, aunque aún no sea grumete.
                Luego de mi correctivo, repentinamente enviaron a todos los que gozaban de regalo de pasaje, todas las grumetes capaces de encauzar y a las aprendizas menos instruidas a sus camarotes. Solo quedaron en cubierta mi madre Dannaire din Jervel Lucero del Alba, mi padre, y todos los adultos y nuestras encauzadoras instruidas. NO sabíamos qué ocurría ni por qué nos enviaron a los camarotes a todas. Pero oímos gritos, muchos gritos. Y por las ventanas que aún no habíamos cerrado vimos bolas de fuego enviadas hacia nuestro barco que eran creadas por un par de mujeres unidas con una correa plateada. Mi madre me había enseñado sobre ellas: sabía que una, vestida de gris tendría un collar en el cuello, la otra, que usaría  un vestido con relámpagos, un brazalete, y que esas joyas estarían unidas por una correa. La del collar podría encauzar como mi madre, como Dangeria, como Ramelia… Los seanchan.
                En casos como esos, mi madre nos había dicho que debíamos estar preparadas para escapar cuando se nos diera la orden. Dentro de mi camarote, una habitación estrecha abarrotada de diez literas con baúles donde guardábamos la ropa debajo de estas , tomé un hatillo que tenía algunas mudas de ropa y comida envueltos en una manta y, a pesar del miedo, me puse al lado de la escotilla a esperar alguna orden en medio de todo el caos. No fue cosa difícil, las grumetes que compartían camarote conmigo estaban pegadas a las ventanas, tan muertas de miedo como yo; pero decididas a no perderse parte de la batalla que se tenía en cubierta. Entre las ventajas de tener un padre como el mío, se garantizaba mi escape en alguno de los botes salvavidas como prioridad, él me quería mucho, decía que yo era la sal de las olas sobre las que su barco navegaba; pero no garantizaba que estuviera viva para poder huir; tampoco me quitaba el miedo ni la ansiedad de saber qué pasaba o qué ocurriría con nosotras.
                A través de las ventanas se veían los destellos del fuego que enviaban esas monstruosas mujeres, los rayos que creaban nuestra detectora y sus aprendizas; llegaban los golpes de espada del maestre, contramaestre y tripulantes… Una verdadera pesadilla. Una de las nuevas grumetes dijo de pronto: “Yo sé cómo hizo eso la mujer atada, lo hizo así”, y creó de la nada una bola de fuego minúscula que se apagó en segundos. Pero fue suficiente:
                “¡Allí también hay Marath’damane!”, oímos que gritaba una mujer, y las bolas de fuego comenzaron a llegar hasta nosotras. Se desató un griterío y un pandemónium propio de guacamallos en celo, y nos desvandamos hacia la escotilla como gaviotas asustadas cuando los niños les tiran piedras, solo que estas piedras eran más dañinas. Desde cubierta llegó la voz: “¡A los botes salvavidas! Hundiremos este barco”. Eso terminó de asustarnos, y muchas se volvieron histéricas.
                Yo me mantuve serena gracias a los preparativos de mi madre para casos de emergencia; sin embargo no fue fácil. Sin soltar mi hatillo sorteé las batallas que había por todos lados y los charcos de sangre, que esperaba fueran de los invasores, hasta llegar al camarote de Dangeria y Ramelia, quienes luchaban para salir de entre otras grumetes y tripulantes asustadas como todo el mundo. Como es característico en ella, Ramelia intentó calmarlas para poder salvarlas, y logró cierto orden. Cuando todo fue un poco más entendible, hice señas a mis hermanas para que buscáramos juntas un bote.
                Ya en la fila hacia la salvación, mi padre, que organizaba la partida, gritó: “Dannahieri primero, ¡abran paso!”, y fue tal la angustia que reflejaron los ojos de mi padre, que se caracterizaba por ser muy reservado, que todo el mundo dejó un estrecho pasillo para que pasara sin siquiera preguntarse el porqué de obedecer a un tripulante. Con ello pude adelantar la fila tirando de mis hermanas con sus hatillos. No habría prioridad de salvación sin ellas. ¿Qué haría sin las travesuras de Dangeria y sin la paz de Ramelia? ¿Qué diría a las gemelas si no las trajera conmigo? Ahora veo que era una locura, no soy más que una joven que está donde está su padre, pero descubrí que una joven resuelta puede hacer mucho si mantiene la serenidad y la frialdad en tiempos tempestuosos.
                Subimos a un bote junto a una tripulante que no encauzaba y al contramaestre que era joven y apuesto. Y luego de cubrir con sacos a mis hermanas que podían encauzar, nos hicimos a la mar en dirección a Tremalking que estaba más cerca, camuflándonos con el humo del bergantín incendiado, rogando al Creador que pudiéramos pasar desapercibidos a esos monstruos.
                Luego de tres días de navegar llegamos a tierra, descendimos y fuimos a nuestro refugio en tierra para esperar a papá y mamá.
                Con sorpresa descubrimos que mi padre ya estaba en casa, había venido con una aprendiza que ya casi estaba lista para ser la detectora de alguna centella, la que había tejido los vientos discretamente para poder llegar pronto a la isla.
                Al vernos, mi padre nos abrazó llorando, dando gracias a la luz porque sus tres hijas se hubieran salvado. “Ahora solo falta vuestra madre”, nos dijo: “la espera será más tolerable con vosotras al lado”. Nosotras no teníamos palabras, solo pudimos enjugar nuestras lágrimas para mostrar algo de entereza: ¿Que madre no había vuelto? Solo podíamos rogar que se encontrara bien.
                Pasó un día, pasaron dos, tres… pasó una semana completa, y los botes salvavidas dejaron de llegar. Mi madre no apareció al igual que la mitad de la tripulación de nuestro bergantín.
                Tía Deyra din Jervel Espuma azul, Navegante del Coral Frondoso, al fin nos dijo que Dannaire din Jervel Lucero del Alba había sido detectada por una pareja de seanchan que quisieron atraparla. Mi tía comprendió que luchar no era una opción, debido al poder que ella no encauzaba; no obstante, toda mujer moría si se le arrojaba una daga en la oscuridad, o en el tumulto de la batalla. Apuntando a la damane, así oyó mi tía que decía la mujer de los relámpagos respecto de la que llevaba el collar y respecto de lo que haría con mi madre, arrojó la daga con buena puntería: la damane estaba muerta. Luego de lo cual mi madre y mi tía se arrojaron al agua y nadaron hasta poder hallar un bote salvavidas o algo por el estilo.
                La tristeza fue aún mayor: no sabíamos qué ocurrió con madre, estaba demasiado lejos de tierra firme, y esa zona estaba llena de tiburones blancos, orcas y ballenas asesinas. Qué ilógico sería que madre se hubiera salvado de caer en manos de los seanchan para morir en la panza de un animal salvaje, mas parece que este es el caso. Aún no sabemos nada de ella, y en pleno invierno en medio de la mar pudo haber ocurrido cualquier cosa.
                Bueno, ese ha sido el episodio de mi vida que faltaba que te cuente, demasiado para una joven como yo, nacida en el Coral Frondoso y criada como cualquier otra de la isla, ¿verdad? Me gustaría contarte más cosas, que sin duda las hay; pero tendrá que ser en otra ocasión, ya que Ramelia vino a avisarme que la mesa está servida.

                Dentro de su habitación en tierra, un cuarto pequeño que tenía en el centro su cama llena de cojines de vivos colores y muñecos que llevaba con ella a cada viaje que sus padres la llevaban, una alfombra de procedencia illana que Bereia le había obsequiado por su cumpleaños y un escritorio caoba al que la joven estaba sentada; Dannahieri  espolvoreó todo lo escrito con arena para que se seque. Luego cerró su diario y lo dejó, como era su costumbre debajo de su almohada. Peinó sus cabellos y lavó su cara para ir a comer.

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