jueves, 21 de julio de 2016

De Khaledrath. Historia II.



Durante semanas cabalgaron hacia el sur en largas y duras jornadas 
donde mantenían las cabalgaduras al trote durante horas aunque 
haciendo frecuentes pero breves descansos. Esta forma de avance 
resultaba agotadora pero no tanto como cabría esperar y les permitía 
avanzar con gran rapidez. Casi todo el tiempo lo hicieron por tierras 
agrestes, evitando los caminos principales, especialmente cuando 
entraron en el reino de Andor.
--En Saldaea tenemos muchos amigos, pues la lucha contra la Sombra nos 
une con los fronterizos -le comentó Emereth- pero con Andor... -sonrió 
y se encogió de hombros- sus relaciones con las brujas de Tar Valon 
provocan cierta animadversión entre la reina y nuestra muy amada orden y 
conviene que nuestra presencia pase desapercibida.
Emereth de Árbol Alegre era el nombre del bardo que lo había defendido 
frente a Galdrak. Peculiar y hablador hasta lo extravagante, había sido 
una compañía reconfortante entre los severos soldados amadicienses. 
Khaledrath había escuchado con asombro la historia del bardo, un primo 
del rey de Amadicia y se había sentido feliz de contar con tan poderosa 
compañía. Al menos hasta que Emereth pasó de ser un amadiciense de 
sangre real a considerarse hijo de uno de los grandes señores de Tear 
un día, y amante de la dama cabeza de una de las familias más 
influyentes de Caemlyn. Lo había tratado con exquisito respeto, algo que 
parecía ser muy de gusto del bardo hasta que Galdrak los interrumpió 
para dar una breve, concisa y clarificadora explicación sobre la 
certeza de los orígenes maternos del bardo y la imposibilidad de trazar 
su línea paterna.
Esto terminó con las pretensiones nobiliarias de Emereth, pero este no 
renunció al título de Árbol Alegre y así parecían conocerlo todos.
Pese a los embustes y exageraciones del bardo, este demostró ser una 
fuente inagotable de información. Montado en una yegua gris, pequeña, 
nerviosa y ágil, recorría la columna rasgueando el arpa y levantaba el 
ánimo con sus canciones. Por otra parte, Galdrak resultó ser un 
personaje de cierta importancia. Hosco, despiadado, poco comunicativo, 
ácido y mordaz, pero se lo tenía por un excelente guerrero.
En cuanto a Ramsein, duro y resistente y parco en palabras, resultaba 
poseer una brusca amabilidad y tosca afabilidad que pronto fue muy del 
gusto de Khaledrath. Lo veía pocas veces, pues se pasaba gran parte de 
tiempo explorando el terreno por delante del contingente o deshaciendo 
el camino para comprobar si alguien los seguía.
En cuanto a Théomund, era el líder de aquella misión y se lo tomaba muy 
a pecho. Era inflexible con sus hombres pero contaba con su respeto y 
aprecio pues, según pudo colegir Khaledrath por los comentarios de sus 
hombres, era un guerrero tenaz y honorable.
La pérdida de su familia era aún reciente, y pesaba sobre él como una 
losa de piedra, fría e inamovible, pero pronto sintió que comenzaba a 
formar parte de otra familia aún más grande.



El sol comenzaba a hundirse en el oeste más allá de la masa de árboles 
del bosque de Braem. Khaledrath estaba sentado junto a un arroyo sobre 
cuyas aguas susurrantes los árboles formaban un túnel umbrío. Los pies 
cansados y descalzos se balanceaban en el agua fresca y el sueño lo 
rondaba.
Se encontraban a un cuarto de jornada de Caemlyn, no lejos del camino 
real y a petición de Emereth los había acompañado a una reunión que en 
aquellos momentos y desde hacía ya rato tenía lugar en el claro.
Théomund charlaba en voz baja con dos hombres vestidos a al estilo 
andoreño, aunque uno de ellos parecía de origen noble mientras que el 
otro vestía como un herrero. Habían intercambiado noticias en voz baja y 
luego Théomund les había tendido una bolsa tintineante mientras ellos 
le entregaban varios pergaminos sellados entre reverencias y señales de 
respeto.
Khaledrath no supo que se decían pero Emereth le contó en susurros que 
se trataba de dos de los amigos que los Hijos tenían en Caemlyn y que 
luchaban a su manera por la causa. A Khaledrath aquello le sonaba a 
espionaje, pero calló.
--Gentes como esas nos informan de los movimientos de Amigos Siniestros 
y en particular de lo que traman las brujas de Tar Valon. Andor es un 
gran reino pero largo tiempo atrás cayó en las garras de las hechiceras 
de Tar Valon y estas rara vez sueltan aquello que cae bajo su poder. No 
obstante, la noche se nos echa encima y deberíamos volver al 
campamento. ¿dónde se habrá metido Ramsein?
Ramsein había partido tras la llegada de los andoreños sin decir 
palabra y aún no había regresado.
--Ah, por fin, parece que esta alegre y ruidosa reunión toca a su fin. 
Vamos, muchacho. -y así diciendo el bardo se separó del árbol en el que 
se apoyaba y se dirigió hacia el centro del claro donde Théomund y los 
dos andoreños se estrechaban las manos entre despedidas y muchas 
llamadas como "que la Luz os guarde" y frases de similar naturaleza.
Khaledrath se reincorporó y usó la capa para secarse los pies. Luego se 
puso las botas, se las ató y se dirigió hacia sus compañeros.
Uno de --Que la Luz os ilumine, amigos -Exclamó Emereth en voz alta 
mientras arpegiaba con gran maestría el arpa-. Recordad que los Hijos 
siempre son justos con quienes han encontrado la luz y lucha por su 
causa.
Uno de los andoreños, el que vestía como un herrero alzó la mano a modo 
de despedida sin volverse y siguió avanzando hacia el sendero que los 
levaría al camino real y tras unos pasos se dejó caer en el suelo. La 
siguiente flecha se clavó a dos palmos de Théomund y la tercera pasó 
rozando la cabeza de Khaledrath.
Todos se quedaron inmóviles y el silencio reinó sobre el claro.
--Suelta la empuñadura de la espada, capa blanca -advirtió una voz- si 
veo un solo palmo de acero fuera de la vaina, no volverás a tener 
oportunidad de empuñar un arma ni de hacer ninguna otra cosa. Soltad 
los cinturones y que yo los vea caer al suelo muy, pero que muy deprisa.
Tanto Théomund como el noble, que portaba una elegante espada al cinto 
soltaron las hebillas, Theomund de muy mala gana y el noble con gran 
presteza.
--Bardo, eso va también por ti. Prefiero presentarle capas blancas y 
traidores a la reina, bien vivitos y coleando antes que arrastrar 
cadáveres hasta Caemlyn. Ah, eso está mejor -Emereth había soltado 
también el cinto y la fina espada de empuñadura dorada rebotó 
blandamente sobre el suelo cubierto de hojas-. Y ahora todos bien 
quietecitos mientras vemos que lleváis y os atamos.
De entre la maleza surgieron varios hombres de mala catadura, vestidos 
con capas raídas y justillos de cuero. Llevaban los arcos preparados y 
al cinto armas de todo tipo. Uno de ellos exhibía un feo costurón que 
trazaba un ancho y rugoso surco pardo entre la poblada barba rubia de 
la mejilla izquierda y le desaparecía bajo el cuello del sucio jubón. 
Al cinto llevaba una daga y una maza y en la mano portaba un arco de 
tamaño medio. La capucha de la capa oscura caía hacia atrás, cubriendo 
el carcaj.
--Capas blancas en Andor y lo que es más, cerca de Caemlyn. ¿¿veníais a 
gozar de la belleza de nuestra muy amada reina o a disfrutar de la 
hospitalidad y el abrigo de nuestras posadas? -se mofó-.
--Y a deleitar los oídos de los nobles andoreños con la música del 
mismísimo Emereth de Árbol Alegre -el susodicho sonrió ampliamente al 
recién llegado y tañó el arpa distraídamente-.
--Bajad las armas y nos apiadaremos de vosotros. Los Hijos de la Luz 
son compasivos -dijo Théomund clavando sus ojos en los del bandido-.
Éste calló por unos momentos mientras sus hombres mantenían los arcos 
alzados. Luego se echó a reír estruendosamente.
--Piedad, dice. Pedídsela a la guardia real cuando os entreguemos a 
ella. En cuanto a nosotros, quizás sirváis para obtener el perdón real 
por... ciertos pequeños percances con avaros mercaderes que circulaban 
por el camino real. Hace tres días la guardia cayó sobre nuestro 
campamento y dio muerte a tres de los míos pero la vida del perseguido 
es incómoda y breve. No me gustaría abandonar estas tierras y prefiero 
el perdón y una buena bolsa de oro.
--Repito, rendíos y en la Luz no hallaréis más que piedad -dijo 
Théomund-.
El bandolero avanzó con paso decidido hacia Théomund y le cruzó el 
rostro de un revés.
--Cierra la boca, capa blanca, no estás en la maldita Amadicia. 
Líbranos de tus sermones. -Théomund palideció y sus ojos echaron 
llamas. Sucedió un silencio interrumpido tan solo por el murmullo de 
una paloma salvaje entre los árboles que bordeaban el claro. Théomund 
permaneció inmóvil y Emereth pulsó una serie de notas vibrantes en 
orden ascendente. La paloma volvió a arrullar y la mirada del bardo y 
la de Théomund se cruzaron.
--Vamos... vamos mis queridos y violentos amigos. ¿¿A qué tanta rudeza? 
Sentémonos, hablemos y lleguemos a un acuerdo antes de que nadie salga 
herido. ¿No sería mejor que recibierais un pequeño obsequio por las 
molestias que os habéis tomado para acortar la vida de ese buen hombre 
de ahí -señaló con el arpa al  herrero tumbado boca abajo sobre un 
manto de hojarasca enrojecida por la sangre. y que cada cual siga su 
camino? Yo podría escribir una canción sobre la gallardía de vuestra 
figura, la nobleza de vuestro noble rostro y la bravura de vuestros 
actos y hazañas.
--¿MI gallardía, ¿eh? -el bandolero bajó la mano a la empuñadura de la 
daga mientras su rostro deforme se contraía de rabia- Eres un 
mequetrefe pagado de sí mismo e insolente, teniendo en cuenta que mi 
vida está en tus manos. Por cierto, ese arpa debe de tener un buen 
precio, fijaos en las incrustaciones que tiene. Robby, quítasela.
El bardo retrocedió unos pasos hacia Khaledrath mientras tañía algunas 
notas dispersas. La paloma volvió a arrullar, esta vez más cerca aún y 
Théomund se tensó.
--¿Por qué privar a un bardo de su sustento, mis nobles caballeros? -se 
escandalizó Emereth regando la pregunta con un largo y complicado 
arpegio interrogante. Sería un...
--Dame esa basura -gruñó el esbirro del bandido acercándose con una 
espada corta en la mano-.
--En fin... -el bardo suspiró y tañó su instrumento un par de veces 
con firmeza, como dando por concluido el asunto-. Si mi señor así lo 
ordena....
Tendió el arpa al bandido mientras se inclinaba en una profunda 
reverencia y extendía la mano derecha hacia abajo en un gesto garboso.
El malhechor se inclinó para coger el arpa y en ese momento Emereth se 
alzó como un resorte y una daga relampagueó en su mano, salida de 
ninguna parte y cercenó de un hábil tajo la garganta del criminal que 
soltó la espada y se echó las manos al gaznate abierto de lado a lado 
mientras gorgoteaba horriblemente. El surtidor de sangre golpeó a 
Khaledrath en la cara de refilón.
En ese mismo momento, Théomund se abalanzó sobre el jefe de la 
cuadrilla y lo arrojó al suelo.
--Matadlos -rugió este asestándole un brutal puñetazo a su atacante-.
El bandolero que registraba al noble desenfundó su daga y lo apuñaló en 
el estómago con saña haciéndolo retroceder. Los demás empuñaron sus 
arcos en medio de una algarabía generalizada, pero uno de ellos dejó 
caer el arco y se llevó las manos a la garganta donde había crecido un 
astil de plumas verdes. Otra flecha se incrustó en la pierna de un 
bandido ancho como un tonel que cargaba hacia Khaledrath espada en mano 
y lo hizo caer de bruces al suelo con un grito que se vio bruscamente 
interrumpido cuando el puñal del bardo se le hundió en la nuca con un 
chasquido seco. Khaledrath retrocedió espantado y dos de los hombres se 
abalanzaron sobre él, tal vez por hallarse en la primera ruta de escape 
que vieron libre. Uno de ellos esgrimió un garrote que Khaledrath logró 
evitar apenas lo suficiente como para que solo lo derribara al suelo. 
El brazo izquierdo comenzó a arderle como el fuego. Otra flecha detuvo 
al siguiente hombre cuando se abalanzaba sobre él con una maza con 
pinchos alzada para aplastarle el cráneo y lo tumbó de espaldas. El 
bandido del garrote levantó este para atizarle de nuevo pero una figura 
baja y achaparrada se interpuso de súbito y el garrote chocó con la 
hoja de una espada ancha.
Théomund por su parte había sido rechazado por una serie de patadas y 
golpes de su adversario pero había recuperado la espada larga y con 
ella en la mano se defendía de dos contrincantes que le lanzaban 
garrotazos y machetazos con saña. El criminal que había sido derribada 
por la flecha de Ramsein, pues era este quien había surgido de pronto sin 
saberse de donde, se levantó trabajosamente y lo atacó por detrás pero 
cayó de bruces cuando el bardo lo zancadilleó y la daga se le hundió hasta 
la cruz bajo la oreja haciéndolo patalear sobre la marga del 
suelo mientras se desangraba entre toses repletas de sangre. Ramsein 
asestaba tajos con violencia a su atacante que los paraba como podía 
con su grueso garrote. La espada se quedó atascada en la gruesa madera y 
le fue arrebatada. Ramsein replicó pateándole al bandolero la rodilla 
de la pierna izquierda que tenía extendida hacia adelante. Se oyó un 
crujido chasqueante y el hombre trastabilló gritando de dolor. Ramsein 
saltó sobre él y lo derribó, arrebatándole el garrote con el mismo 
movimiento con espada y todo.
Théomund desplegó una admirable técnica de esgrima. La brillante espada 
larga formaba un muro de acero frente a sus tres atacantes, pues el 
jefe ya se había unido blandiendo maza y espada. Paraba golpes, 
retrocedía, se detenía y volvía a retroceder y utilizaba de vez en vez 
el brazo guarnecido de grueso acero esmaltado para detener algún golpe. 
De pronto se adelantó con osadía y rapidez, y la espada entró a fondo, 
recta y algo inclinada hacia arriba, hundiéndose un par de palmos bajo 
el esternón de uno de sus atacantes que lo miró y se dobló sacudido por 
arcadas y vomitando bocanadas de sangre mezcladas con restos a medio 
digerir. Aquello casi le cuesta el pellejo a Théomund pues la maza del 
cabecilla describió un arco y le acertó de pleno en el yelmo haciendo 
que se tambaleara.
Emereth mientras tanto había sacado otra daga y arrojó ambas con 
movimientos raudos y expertos. Una se le hundió a un de los atacantes 
de Théomund en el costado y la otra le acertó al cabecilla en el muslo.
Aquello dió tiempo de sobra a Théomund para recuperarse y desarmarlo de 
dos sendos golpes. Luego retrocedió y gritó:
--¡Rendíos o no quedará uno con vida! La Luz os sabrá perdonar!
El primero en rendirse fue el oponente de Ramsein que veía como su 
propio garrote se preparaba para aplastarle la cabeza. Tras él y desde 
el suelo el hombre herido por la daga de Emereth aulló su rendición. El 
jefe intentó huir pero Théomund saltó tras él y le asestó un golpe 
brutal en la parte posterior del cráneo con el pomo de la espalda que 
lo hizo caer de rodillas. Luego le asestó una patada con la pesada bota 
en la cabeza y el bandolero se desmadejó en el suelo con un suspiro.

Los cuatro hombres supervivientes yacían atados en el suelo junto a una 
roca cubierta de musgo a un lado del claro, cerca del arroyo.
El olor de la sangre y las vísceras derramadas impregnaba el lugar y 
uno de los caídos resollaba agonizante y pedía agua. A una señal de 
Théomund, Ramsein lo degolló sin darle mayor importancia.
--Y así es la guerra, chaval. -gruñó Ramsein mientras limpiaba las 
armas con la capa de uno de los caídos-. Sucia, cruel, traicionera y 
llena de sangre y malos olores. Las capas blancas, por muy honrosas que 
sean, pronto se tiñen de carmesí igual que el resto.
--¿Qué van a hacer con ellos? -preguntó Khaledrath señalando a los 
prisioneros. Uno de ellos, el que tenía la herida en el estómago había 
comenzado a llorar, estremecido por el dolor-.
--A ese al menos, no le queda mucho tiempo. Esa herida.... cosa fea. 
-terminó de limpiar la daga y se puso en pie, devolviéndola a la 
funda-. Nunca permitas que te metan un acero en el estómago. Los jugos 
gástricos se te desparraman por dentro y te derriten las tripas poco a 
poco. Es algo muy doloroso. Ese desgraciado debería de haber muerto ya.

Partieron con los reos maniatados sobre sus propios caballos. Eran 
animales malos, de tiro. Estaban a poca distancia de allí. Ramsein los 
había encontrado y había deducido a que clase de gentes pertenecían y 
cuando volvía para avisar a sus compañeros se los había encontrado 
cercados por los bandidos. Por fortuna, él y el bardo tuvieron tiempo 
de comunicarse utilizando señas preestablecidas y la emboscada se había 
vuelto contra los bandidos.
Los cadáveres de los dos andoreños habían sido dejados allí junto con 
el resto de los cadáveres aunque todos habían sido desprovistos del 
dinero y cualquier aspecto que los identificara. Aquello pasaría por 
otro ataque de bandidos y nadie podría sospechar que en Andor había 
amigos de los Hijos.
Llegaron al campamento y los soldados formaron a las órdenes de 
Théomund.
El juicio fue breve.
Los reos fueron puestos en hilera y el Hijo de la luz les lanzó un 
intenso discurso sobre lo inadecuado de asaltar a gentes desarmadas en 
los caminos y obrar fuera de la ley.
Los bandidos escucharon con temor aunque el herido había sido 
amordazado para acallar sus crecientes gritos. Aún así gemía de forma 
apagada y sufría estertores de dolor a los que nadie prestaba atención.
--Quizás no seáis culpables de haber llevado una vida apartada de la 
Luz -continuó Théomund mirando a los malhechores-. Vuestros actos son, 
sin duda alguna, fruto de un mundo injusto en el que la necesidad 
aprieta a campesinos y a todos aquellos que no son de baja cuna. 
Mientras vuestros señores banqueteaban en sus palacios, con el 
beneplácito de las brujas de Tar Valon, ¿quién se ocupaba de que 
vosotros tuvierais cobijo y un sustento? De no haber sido así quizás no 
os habríais vistos arrastrados a la delincuencia y la crueldad. Todo, 
en suma, no sois responsables de vuestros actos. Las fechorías 
acometidas tan solo son fruto de las maquinaciones del Oscuro y sus 
lacayos de Tar Valon. -se detuvo y observó a sus hombres y luego a los 
prisioneros que callaban atentos-. Por tanto, yo Théomund y todos los 
Hijos de la Luz aquí presentes os ofrecemos nuestro más sincero perdón.
Los bandidos se relajaron, algo aliviado. Siguió un silencio.
-Habéis de saber que la Luz está en todas partes, y donde no está, 
nosotros la llevamos -Théomund alzó la voz- En nombre del Capitán 
General de la sagrada orden de los Hijos de la Luz, yo, Théomund os 
sentencio a morir por decapitación. Que la Luz se apiade de vuestras 
almas y el Creador os ofrezca su misericordia.
Los bandidos comenzaron a gritar y suplicar mientras el herido se 
convulsionaba intentando librarse de sus ligaduras.
--No temáis, pues lo que os aguarda más allá de la muerte no es el 
castigo, si no el perdón. Hijo Galdrak, tenéis el honor de asistirlos 
en este sagrado trance.
Galdrak se adelantó con otros cuatro soldados y los reos fueron 
arrastrados entre pataleos hasta un tronco derribado. fueron forzados a 
arrodillarse pero algunos no se estaban quietos y uno de los Hijos se 
vio obligado a atontarlos con el astil de la lanza.
Galdrak extrajo de la vaina un mandoble pesado sobre el que se había 
mantenido apoyado durante el juicio y uno por uno, fue apagando los 
sollozos de los bandidos con firmes tajos.
El silencio reinó en el bosque tras la ejecución y Khaledrath se dejó 
caer en el suelo, a medias horrorizado, a medias asqueado.
Unos pasos se le acercaron por detrás y una mano ruda pero amable le 
agarró el hombro.
Se volvió y observó el rostro de Ramsein.
--Gentes como estas fueron las que acabaron con tu familia, no lo 
olvides. Si se los hubiera dejado con vida ahora mismo tendríamos a 
media guardia real de Andor tras nuestros pasos. Nadie ganaría nada, 
todos acabaríamos muertos o prisioneros y estos malhechores 
continuarían libres para seguir con sus fechorías. Es justo y es bueno 
que hayan sido castigados.
--Pero el hijo Théomund dijo que....
--Sí, sí... que estaban perdonados. Y así es, cuentan con nuestro 
perdón. Pero no con el del Creador, apostaría. Si continúas con 
nosotros deberás de acostumbrarte a la muerte. La muerte es una amiga y 
fiel compañera para cualquier guerrero. ¿sigues deseando cumplir tu 
venganza?
Khaledrath se quedó inmóvil. Los cadáveres decapitados yacían en un 
confuso montón medio cubiertos por la maleza amontonada. Los hijos 
estaban levantando el campamento y todo en derredor el bosque de Braem 
se extendía solitario. No tenía a nadie más en el mundo.
--Sí -replicó con firmeza-.

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