Hace tres días que partimos de Shol Arbela. A pesar de la
alegría que muy en el fondo siento por la nueva vida que me espera allá en la
Torre Blanca, aunque hayan de pasar años hasta que me convierta en una Hermana
de pleno derecho, no puedo desprenderme de la inmensa tristeza que me provoca
estar separada de mis padres y, sobre todo, de Ilstar. Nunca hubiese dicho que
me resultaría tan penoso alejarme de ellos, nunca había imaginado que me
abordara una nostalgia tan profunda, una melancolía tan devastadora. Y supongo
que todas estas emociones se deben casi exclusivamente a la despedida de mi
hermano. Desde que entró al servicio de los mensajeros de Arafel, hemos pasado
largas temporadas separados debido a sus viajes, pero siempre sabía que,
transcurridas varias jornadas, volvería a verlo, dispondríamos de horas para
estar juntos y ponernos al día. Ahora, si bien él me juró encontrarme a su
vuelta de Medo, y la Luz sabe que no dudo de su palabra, siento como si nuestra
vida hubiera quedado interrumpida, temo llegar a Tar Valon y no poder volver a abrazarlo durante
muchísimo tiempo. Y la sola idea me rompe el alma.
La noche antes de mi partida, madre preparó una de mis
comidas favoritas en la casa, y padre acudió desde la fortificación para poder
cenar con nosotras. Parloteaban dándome consejos, explicándome anécdotas,
sugiriéndome esto y lo otro, advirtiéndome sobre el trato que en todo momento
debía dispensar a la amable Aleina Sedai. Yo intentaba prestar atención y
sonreír, pero no podía dejar de mirar el sitio vacío de Ilstar a mi lado, y los
pinchazos de dolor que notaba en el pecho no me dejaban corresponder al
bullicio de mis padres. Durante los postres, madre me hizo entrega de su
costurero con incrustaciones de nácar y padre… padre me regaló un sencillo pero
hermoso laúd. Solo en esos momentos conseguí distraer mi tristeza. ¡Un laúd!
Pensaba que les había pasado por alto mi afición a la música, pero por lo visto
no era así. Incluso, aunque no lo explicitaron, me dieron a entender que
estaban al corriente de mis escapadas a la posada para presenciar las
actuaciones de los juglares.
Al amanecer tuve otra sorpresa. Antes de que la comitiva de
Aleina Sedai llegara a los establos de palacio, yo ya esperaba, nerviosa, su
llegada. Cuál no sería mi asombro al ver aparecer a mi querido Ebien con su
yegua, la bonita rojiza que me prestaba para mis frecuentes paseos a la
pradera. Insistió en que me la llevara, que él sabía que a las novicias se les
permitía viajar con sus monturas, aunque luego se pasasen años sin poder salir
de la Torre. No podía creérmelo. Ignoro cómo sabía él ese detalle, pero resultó
bien cierto pues, Aleina Sedai no solo no puso ninguna objeción, sino que
cuando llegó a las cuadras le pareció natural que viajara en mi propia
cabalgadura. Me pregunto qué habría pasado de no tenerla. Ah, también me
entristeció despedirme de Ebien, después de Ilstar, es el único muchacho con el
que he conseguido sentirme a gusto más allá de los juegos lejanos de la
infancia.
Tres largas jornadas viajando junto a la Hermana, rodeadas
por los guardias de una caravana de mercaderes que se dirigen al sur. He de
reconocer que es apasionante todo lo que me explica y, por supuesto, todo lo
que me enseña. He aprendido a hacer unas pequeñas bolas de luz que se quedan
flotando ante mí e iluminan como lámparas de aceite. Es verdad que cuando me
distraigo hacen cosas raras, se disuelven, empiezan a girar alrededor de mi
cabeza o estallan como una tenue flor nocturna. Aleina Sedai ha empezado su
instrucción conmigo, durante horas me habla de lo que es el Saidar, de la Torre
y la vida en ella, de los Ajah. Me hace abrazar y soltar la Fuente una y otra
vez, mientras ella recrea con su voz la ya un tanto fastidiosa imagen de la
flor abriendo sus pétalos. Es agotador cabalgar, escuchar, asimilar todo lo que
me cuenta para poder repetirlo cuando lo pregunta en cualquier momento del día.
También la observo encauzar a ella, es fascinante. Es como
observar un difícil entramado de los que mi madre se empeñaba en hacerme bordar
en toallas y sábanas. Quizás por eso, aunque me parezca asombroso y complicado,
no me resulta del todo ajeno: son hilos que se entrelazan y se separan, se unen
y se distancian para confeccionar un tejido que termina siendo una prenda con
una utilidad específica. Creo que a fuerza de observar cómo lo hacen las demás,
me sería bastante fácil aprender. Es más. .anoche Aleina Sedai curó el brazo de
un mozo que cayó del caballo. Se rompió el hueso por dos sitios y la Hermana me
llamó a su lado para que la ayudase con el herido. Yo no sé si ella imagina que
me fijo en lo que hace, si siquiera sospecha que viéndola encauzar puedo llegar
a aprender algo. El caso es que lo que hizo para curar ese brazo se ha quedado
plasmado en mi mente como uno de esos dibujos del álbum de patrones para bordar
que mi madre guarda como un tesoro.
Estoy muy cansada. He ayudado a montar el campamento para
pasar la noche en las cercanías de un bosque. Todavía es media tarde, pero no
sé por qué hoy nos hemos detenido tan pronto. Tengo que cepillar a Airosa, darle
de comer como así al caballo de Aleina Sedai, tengo que lavar algunas prendas y
luego acudir a la clase de hoy. Así que dejo de escribir, sino me caerá un
castigo, que por lo visto, por muy amables que sean, las Hermanas saben
muchísimo de cómo castigar a una holgazana.
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