domingo, 30 de abril de 2017

De Arhelyn. Viajando hacia la Torre.



Estaba más que agotada de tanto cabalgar y esconderme tras mi tempestiva huida hacia la libertad. Al final había decidido empezar mi viaje por la Puerta de Caemlyn, ya que por la Puerta de Jangai debería cruzar el río y, puesto que no sé nadar, dejaría pistas a mi padre sobre mi paradero. A mi padre y ¿quién sabe si al noble que me pretendía? La luz sabe que esos nobles engreídos no aceptan un no por respuesta, y que no era que yo les estuviera diciendo que no exactamente… A saber cómo se tomaría el muy maldito mi huida en el gran juego: tal vez creería que me las daba de interesante, creería que querría exigirle algo más, que quería que fuera un héroe, demostrar valentía…
                Así que cabalgué de noche por entre los bosques, ocultándome entre sus altos y tupidos árboles y guiada por la luz de la Luna. Tardé dos semanas completas de temor porque me encuentren en cruzar el dichoso bosque hasta llegar a Maerone, y un día en recorrer la ciudad. Y ahí… ¡Zas, Otro río a mi encuentro! ¡No tenía idea que debía pasar por otro bendito río! Talvez lo hubiera sabido si hubiera prestado más atención a la frontera entre Cairhien y Andor; pero, francamente, en esos momentos me daba igual estudiar un mapa que no iba a recorrer, y cuando miré el recorrido que debía seguir, solo memoricé las ciudades: Primer error. Como fuera, el daño ya estaba hecho. Debía partir lo antes posible a Caemlin, para llegar luego a tar Valon, antes que mi padre pudiera reclamarme.
                En los muelles de Maerone, observé las aguas del Erinin bajar tranquilamente. Los muelles se veían pobres al igual que la ciudad y muchos de los amarres se encontraban sin barca, gracias a la guerra civil que había asolado nuestro país al morir el rey.
                Me entristeció ver la ciudad así de solitaria, pero recordé que nunca había ido a Caemlyn (debo admitir que eso también influyó a que escogiera el sur en lugar del norte), por lo que aplasté los sentimientos de patriotismo y me acerqué al acartonado barquero que cruzaba a la gente.
Él me quedó mirando fijo un buen rato, tras lo cual afirmó que juraría haber recibido un mensaje con mi descripción, y juraría que mi nombre era Arhelyn Vartfilet. Sin perder la calma y mirándolo a los ojos respondí que mi nombre era sharayne Daminet (el nombre de mi mejor amiga), y que más valía dejar de mirarme de esa forma si no quería probar el filo de mi daga: Segundo error. Tuve muy poco tacto, lo sé, pero era necesario. No quería que se me notaran los nervios de ser descubierta, ni los reproches internos por no haberme teñido el cabello: tercer error. El hombre, luego de pensarlo un rato, no dijo más y me vendió pasaje.
                Al llegar al otro lado del río, le di una propina que duplicaba lo pagado para cruzar con la esperanza de comprar su silencio, aunque sabía que si el noble ese andaba detrás de todo, de nada serviría cualquier esfuerzo.
                Agotada, entré a una posada de Aringill, cuyo nombre no miré, donde tuve que pagar dos veces el precio de una habitación para que me permitieran alquilar una junto a una anciana que había alquilado la última. Tras esto, compré algunas hierbas para teñirme el cabello de negro. Esperaba que eso fuera suficiente.
                Al anochecer, cuando llegué a la puerta oeste de Aringill, grande fue el asombro cuando los guardias que la custodiaban me dijeron: te pareces mucho a una joven cuya descripción nos enviaron; debíamos informar de ella, de su paradero apenas la veamos. Arhelyn, creemos que era su nombre. ¿La conoces?”. Volví a negar y a dar el nombre de mi amiga, sin embargo estos guardias se guiñaron los ojos entre sí y rieron: “Pequeña, hace falta más que un tinte en el cabello y el nombre de tu mejor amiga para escapar de lo que sea que escapes-: Cuarto error, creo que no era tan experta como yo creía para las aventuras-. Da gracias de que los asuntos de los cairhieninos no nos interesen en lo más mínimo”. A lo que otro añadió: “Y que tu carita de joven valiente nos dé más confianza que la cuantiosa suma de dinero que nos prometió ese joven lord”. El primero agregó en un susurro que si ellos fueran yo, pedirían ayuda acorde a mis proyectos… A lo que me preocupé: ¿cuánto habían escrito en el mensaje?
                Los guardias rieron y me dejaron pasar, y yo cabalgué como alma que lleva el oscuro toda esa noche. A partir de ahí fui aún más sigilosa, viajando de noche, oculta de día… Sin embargo esta vez tomé la Calzada de la Reina aprovechando sus múltiples pinos y abetos como escondite, puesto que no conocía mucho de este país y que los muchos errores cometidos habían bajado mi moral considerablemente.
                Al fin llegué a un bosque junto a la calzada, una zona que parecía crecer a su libre albedrío, como si la mano del hombre no hubiera hecho mella en ese lugar. Las copas de los árboles impedían que la luz lo ilumine, lo que me pareció perfecto a mis propósitos y, por primera vez en muchos días, me apronté a descansar durante la noche.
                Me costó mucho dormirme, supongo que por el hecho de tanta cabalgata nocturna, y a las preguntas que bullían en mi cabeza: “Había estado bien partir sin más por un sueño? ¿era maduro de mi parte salir huyendo de casa por no quererme casar? ¿No sería mejor que diera media vuelta y corriera a casa, pidiera perdón a mi padre y conociera al dichoso lord? Seguro habrían miles de formas de sacármelo de encima si no me gustara”. Pero… entonces, vivir toda la vida frustrada, amarrada a la corte sin yo haberlo pedido…
                No, no me lo permitiría. Ya pronto llegaría a Caemlyn, donde esperaba que estuviera la seguridad. La seguridad, la reina de Andor… La nueva reina de Andor, la misma por la que el Dragón renacido había confiscado el trono. Supongo que toda reina debe dictar audiencias, y si es cierto que es una Aes Sedai como dicen los rumores, tal vez podría ayudarme a ver si vale la pena seguir con este viaje. ¿sabrán detectar si una joven puede encauzar? Pronto lo descubriría.
                Al día siguiente entré en la ciudad, y caminé por La Avenida Principal con su adoquinado blanco amplio, suficiente para que caminen en paralelo unos diez carromatos, sin estorbarse uno a otro. Separados únicamente por una franja de ajardinado, que estaba un poco deslucido por el tiempo. Pensé que si no hubiera tanta sequía, sería hermoso, pero todo estaba trastocado, así como mi vida. No obstante había que admitir que aun así la ciudad era impresionante y enorme.
                Vi una calle que parecía tener nombre de mujer, Ishara, así que doblé por ella y encontré una posada… La Bendición de la Reina. ¡Qué oportuno! La luz sabía que la necesitaría para continuar. Alquilé una habitación allí, y le di a la posadera unas cuantas monedas para que no dijera nada a nadie sobre mí o mi paradero. Para mi alivio, Coline sonrió, diciéndome que ella no revelaba información de sus clientes a nadie, que no había sido cocinera de ese lugar durante tantos años por nada.Sintiéndome en paz y segura por fin, entré a mi habitación y dormí como no lo había hecho en semanas.

De Quadei. Por favor.




«¡Naves a la Vista!», fue el grito del contramaestre a las seis de la mañana con los primeros rayos de sol.
Tiempo atrás habíamos recibido las noticias del desastre en Falme, de cómo los Seanchan habían sido casi derrotados pero en su fin por subsanar aquellas heridas comenzaron a conquistar las tierras que nos pertenecían. Las primeras islas en caer fueron las Aile Dashar. Algunos de los sobrevivientes buscaron refugio en nuestro archipiélago y contaban las historias de como sobrevivieron a la represión de los invasores, desde entonces nos preparábamos constantemente en combate, cada gota de sudor y de esfuerzo se dejaron en las cubiertas, las detectoras más fuertes en el poder evolucionaban a grandes pasos. Aunque somos un pueblo pacífico nos negábamos a dar pleitesía a los Seanchan, teníamos que estar preparados, esa era la orden.
El grito del contramaestre me despertó, exaltado tomé mis armas, y me enfoqué mentalmente en lo que sucedería, todo aquel que no podía luchar comenzó a ser evacuado de las islas y de los navíos, entre ellos nuestros niños y ancianos. Era cierto: nuestras peores pesadillas se hacían realidad y con ellos sangre y muerte a su paso. No había opción, debíamos pelear.
Me presenté en cubierta, sujete mis lanzas de la correa a mi espalda, las dagas en el fajín y las espadas a la cadera cruzándolas por debajo de las lanzas. Mis hermanos, mis compañeros, mi familia, todos reunidos, los navíos abandonaban los diques de cada Clan, los Shodein y  los Rossaine fueron los primeros en salir seguidos de nosotros, los Takana y Catelar, los demás venían tras nosotros. Todos esperábamos defender lo que nos pertenecía, en mi corazón y en mi mente nacía la esperanza de la victoria, nunca había visto aquella mirada de convicción y de furia en los ojos de cada integrante de este barco, el Ala del Mar iba a la batalla.
Los navíos enemigos se encontraban tan cerca, que la única posibilidad de que los demás huyesen y quedaran libres de este combate era quedarse, seguramente se acogieron al amparo de la noche, la oscuridad les dio la ventaja de no ser vistos hasta que el amanecer descubrió su macabro plan, pues entonces la batalla en nuestras mentes ya se estaba librando y no habían más opciones que tomar, nos miramos todos en cubierta y sin decir una palabra sentíamos que ya habíamos dicho todo.
El Ala del Mar avanzaba y el sonido de este a toda vela cortando las aguas que nos rodeaban, entonces nuestra navegante alza la voz y brinda el mensaje que cualquier marino desearía oír, su mensaje motivacional suena fuerte y su voz imponente – El viento está a nuestro favor, es todo lo que necesitamos – era cierto, soplaban con fuerza y nos llevaban a gran velocidad, el roció mojaba mi cara pero no dejaba de prestar atención a lo que decía Itzuam, cada una de sus palabras fortalecían mi corazón, lo llenaban de coraje. 
Entonces el momento tan esperado llegó. Casi podía ver sus rostros a través de la armadura, apretaba mis puños y mis músculos se tensaban prestos al combate, las detectoras preparaban el clima, y los nubarrones cargados con la furia del pueblo que yace tras el mar de las tormentas comenzaban a hacerse notar, la lluvia incesante.

Itzuam grita ‘ATAQUEN!’

Las detectoras fueron las primeras en lanzar sus ataques, los relámpagos caían con violencia cortando los cielos hasta llegar a los navíos enemigos, ellos respondían con la misma fuerza, bolas de fuegos surcaban los cielos hasta impactar contra nuestros barcos, el sonido de las explosiones y el crujido de la madera, el olor a madera quemada, todo pasaba en cuestión de segundos, entonces el contramaestre da la orden: «¡ABORDEN!». Era mi turno, tomé la cuerda del mástil mayor y me lancé en dirección hacia el barco enemigo, justo detrás de Uktag, el maestro de Espadas del barco, mi padre… Caímos en cubierta y lanzamos un ataque directo, el sonido del metal con metal, los escudos, todo lo viví tan rápido con el cuerpo funcionando a más de lo que podía. No me había sentido así nunca, veía el filo de mis espadas con la sangre del enemigo mientras cortaba las carnes de sus cuerpos. Entonces fue cuando todo comenzó a ir mal, escuché a mi padre gritar mi nombre, y mientras me empujaba hacia el borde del barco, él recibía el impacto de una flecha justo en el corazón. Vi como las fuerzas de su cuerpo mermaban con velocidad mientras se desplomaba lentamente en la cubierta del barco enemigo, no había tiempo para llorar ni lamentarse, mire atrás viendo como el Mar de las Tormentas reclamaba los vestigios del Ala del Mar. Era obvio, ya no había vuelta, la lluvia limpiaba mis lágrimas mientras la ira se apoderaba de mí, ataqué con más fuerza, mis lanzas volaron en dirección hacia mis enemigos, aun quedábamos marinos en pie, la lucha era difícil, pero no desistiríamos de la idea de vivir libres, porque eso éramos: un pueblo libre. De pronto un rayo golpeó fuerte el mástil mayor destrozándolo, partiendo el barco en dos, lo último que escuche, fue una explosión y sentir como mi cuerpo era lanzado al mar con agresividad, la corriente me arrastró y al despertar estaba en uno de los barcos que llevaba a los ancianos de nuestra isla. Miré y estábamos demasiado lejos como para siquiera percibir en el perímetro de mis ojos si aún continuaba la batalla. Me paré en la popa del barco y me di el tiempo de llorar a mi familia, era el último de los Tragad hasta el momento con vida, los refugiados en su mayoría decidieron quedar en las islas de Qaim. Yo personalmente vine hasta aquí, buscando refugio en el clan Takana de la Isla de Tremalking, y así fue como llegue hasta aquí

Una joven de piel morena y cabello oscuro se acerca a Quadei y le ofrece agua de una cantimplora y unas frutas.

Quadei la mira y dice ‘muchísimas gracias’

Una joven pregunta ‘¿Cuál es tu nombre?’

Quadei dice ‘Soy Quadei, y tú?’

Una joven sonríe agradablemente y dice ‘mi nombre es Dannahieri’…

Continuará…

De Quadei. Prólogo.



Crees que conoces el dolor? Crees que has sufrido?... no tienes idea…
Nací y crecí mis primeros años en las Aile Jafar, mis recuerdos, no logro enlazar ninguno, más que los gritos retumbando en el ambiente, el sonido del metal al chocar espada con espada, las explosiones y el combate, tenía 19 años cuando los Seanchan llegaron y arrasaron todo con su paso, destruyendo cada vestigio de lo que conocía y amaba, conquistando; recuerdo las pisadas emancipadas de mi pueblo prestos al combate, recuerdo mis lágrimas secarse mientras el fuego ardía en mi mirada…
Un pequeño grupo de niños y jóvenes pudieron escapar comandados bajo el mando de Edengar din Damnag, algunos se asentaron en la islas de Qaim, yo viaje personalmente hasta Tremalking enun pequeño bote , para ese entonces ya había recibido instrucción militar, pero con los años prepare mi cuerpo, pulí mis habilidades, me adiestre en cada arma conocida, con un solo fin, arrancar de los vestigios de la tierra la escoria Seanchan, no volvería a pasar, era una promesa conmigo mismo,  ese soy yo, Stelion din Tagrad y acabare con la vida de cada hombre insecto que el perímetro de mis ojos me permita ver, hasta que no quede una gota de sangre ni de aliento en mí, estoy listo y preparado para lo que se avecina, ya los he visto venir…
Entonces, Crees que conoces el dolor? Pues créeme no tienes idea…

jueves, 27 de abril de 2017

De Dannahyeri. Una batalla más, Una joven y la tragedia en la que se ve envuelta




La joven que escribe es una mujer alta, de piel ébano y profundos ojos azules muy oscuro como océanos en tormenta, en los cuales destella una mirada traviesa y una seguridad en sí misma característica de las mujeres atha’an miere, aunque muy, muy mimada. ¿Qué se puede esperar de la menor de cinco hermanas? Aunque ahora se los ve enrojecidos, como si hubiera llorado; su cabello ondulado está atado en una cola con una cinta de vivos colores, que contrastan con el estado de ánimo que presenta.

26 de Shaldine, (año no legible)
Querido diario:
                Hoy hemos llegado de pescar con mi padre Tharam din Jareb Escama Brillante, mi hermana Ramelia que es algo mayor que yo y Dangeria, que es mayor que Ramelia. Mis dos hermanas mayores que Dangeria, Andaia din Jareb Estrella Plateada y Bereia din Jareb Luna Plateada, son gemelas idénticas como dos gotas de agua, y una de ellas es ya navegante y la otra su detectora… En fin, que con esto de las singladuras, ellas no estaban con nosotros para ir a pescar a las costas que están cruzando el bosque de la isla.
                Por lo general mi padre tampoco está en Tremalking, y nosotras, que somos pequeñas, solemos estar donde está papá. Pero resulta que el Coral Frondoso, bergantín del que mi madre era detectora y mi padre tripulante, fue atacado por los seanchan de camino a Ebou dar, por lo que nos hallamos temporalmente en tierra hasta que se nos asigne a otro barco.
                Ya sabes que no suelo contarte cosas tan tristes, querido diario, y trato de ser fría e impersonal con las cosas extrañas que ocurren desde que encontraron al Coramoor; pero por mucho que mi padre se esfuerce por arrancar de nosotras el horror de lo vivido, nada puede borrar las violentas escenas presenciadas aquél día del ataque.
                Habíamos conseguido mucha seda. Dangeria estaba molesta porque la habían castigado por no aprender cómo se cambiaba el tiempo todavía…, bueno, no exactamente por eso, Dangeria había dicho a una grumete en su primer singladura que sabía hacerlo, la había instruido mal y, accidentalmente, habían empapado al Maestre de Cargamento que le enseñaba unas cuentas a la Navegante; En lugar de despejar el cielo y avivar el viento, habían extraído agua del mar que derramaron justo sobre sus cabezas. La pobre fue descendida a grumete al instante, y estaría encargada de limpiar las sentinas y la cubierta hasta que el Maestre indicara haber terminado todas las cuentas que debía rehacer.
                Ese fue mi primer mal momento del día, porque, si no te puedes descargar con nadie, es obvio que buscarás meterte con tu  hermana menor hasta sacarla de quicios: me dejó una estrella de mar debajo de la almohada, arriba de mi diario. Pegué tal grito, que desconcentré a Rawena Sedai que instruía a unas aprendizas, por lo cual mi madre me dio una azotaina, y me advirtió que a la próxima rabieta de adolescente indisciplinada me dejaría a cargo de los amallares sin los demás, puesto que yo era la única que aún no tenía edad suficiente para participar de una singladura como tal.
                Estaba enojada con mi madre por injusta, con Dangeria por pesada, con Ramelia por ser capaz de aprender a encauzar. ¿qué derecho tenían todas de dejarme sola y no entenderme? ¡Cómo se le ocurría a Ramelia poder encauzar aún si nadie le enseñaba! Con eso había sido admitida en singladura un año antes de lo esperado y yo no tenía a nadie con quien hablar; y si Ramelia se ponía igual de antipática que Dangeria, ya me valdría más hacer otra rabieta para que, al menos, pudiera hablar con los jóvenes amayares, sería interesante ver cómo llevan lo de la filosofía del agua. A mis 13 años debo tener pláticas, muchas e interesantes. También debo tener las olas cerca, peces y baños con mis hermanas. Todo eso es necesario para poder entrar a una singladura preparada emocionalmente, puesto que allá serán más duras de lo que es mi madre conmigo. Me alegra, querido diario, que pienses como yo en este asunto.
                Vaya, ya he borrado el año con mis lágrimas. Es increíble que después de pasados dos meses de todo lo que te cuento, aún llore cada vez que hago memoria. Mi padre insiste en que debo relatarlo todo, lo bueno y lo malo; que será bueno para mí por si llego          a ser Navegante (puesto que aún no sabemos si yo podré encauzar o no); que así tendré el temple suficiente para llevar una bitácora detallada de todo lo que ocurre en océanos calmos y tempestuosos. Pero, no sé por qué he tardado tanto en escribir todo esto, ni por qué puedo contar mi “rabieta de adolescente indisciplinada”, como la llamó mi madre, sin llorar; pero lo que ocurrió después aún me afecta tanto. Sí, es terrible, es feo, es injusto; pero ya pasó, y mi pueblo me necesita entera, aunque aún no sea grumete.
                Luego de mi correctivo, repentinamente enviaron a todos los que gozaban de regalo de pasaje, todas las grumetes capaces de encauzar y a las aprendizas menos instruidas a sus camarotes. Solo quedaron en cubierta mi madre Dannaire din Jervel Lucero del Alba, mi padre, y todos los adultos y nuestras encauzadoras instruidas. NO sabíamos qué ocurría ni por qué nos enviaron a los camarotes a todas. Pero oímos gritos, muchos gritos. Y por las ventanas que aún no habíamos cerrado vimos bolas de fuego enviadas hacia nuestro barco que eran creadas por un par de mujeres unidas con una correa plateada. Mi madre me había enseñado sobre ellas: sabía que una, vestida de gris tendría un collar en el cuello, la otra, que usaría  un vestido con relámpagos, un brazalete, y que esas joyas estarían unidas por una correa. La del collar podría encauzar como mi madre, como Dangeria, como Ramelia… Los seanchan.
                En casos como esos, mi madre nos había dicho que debíamos estar preparadas para escapar cuando se nos diera la orden. Dentro de mi camarote, una habitación estrecha abarrotada de diez literas con baúles donde guardábamos la ropa debajo de estas , tomé un hatillo que tenía algunas mudas de ropa y comida envueltos en una manta y, a pesar del miedo, me puse al lado de la escotilla a esperar alguna orden en medio de todo el caos. No fue cosa difícil, las grumetes que compartían camarote conmigo estaban pegadas a las ventanas, tan muertas de miedo como yo; pero decididas a no perderse parte de la batalla que se tenía en cubierta. Entre las ventajas de tener un padre como el mío, se garantizaba mi escape en alguno de los botes salvavidas como prioridad, él me quería mucho, decía que yo era la sal de las olas sobre las que su barco navegaba; pero no garantizaba que estuviera viva para poder huir; tampoco me quitaba el miedo ni la ansiedad de saber qué pasaba o qué ocurriría con nosotras.
                A través de las ventanas se veían los destellos del fuego que enviaban esas monstruosas mujeres, los rayos que creaban nuestra detectora y sus aprendizas; llegaban los golpes de espada del maestre, contramaestre y tripulantes… Una verdadera pesadilla. Una de las nuevas grumetes dijo de pronto: “Yo sé cómo hizo eso la mujer atada, lo hizo así”, y creó de la nada una bola de fuego minúscula que se apagó en segundos. Pero fue suficiente:
                “¡Allí también hay Marath’damane!”, oímos que gritaba una mujer, y las bolas de fuego comenzaron a llegar hasta nosotras. Se desató un griterío y un pandemónium propio de guacamallos en celo, y nos desvandamos hacia la escotilla como gaviotas asustadas cuando los niños les tiran piedras, solo que estas piedras eran más dañinas. Desde cubierta llegó la voz: “¡A los botes salvavidas! Hundiremos este barco”. Eso terminó de asustarnos, y muchas se volvieron histéricas.
                Yo me mantuve serena gracias a los preparativos de mi madre para casos de emergencia; sin embargo no fue fácil. Sin soltar mi hatillo sorteé las batallas que había por todos lados y los charcos de sangre, que esperaba fueran de los invasores, hasta llegar al camarote de Dangeria y Ramelia, quienes luchaban para salir de entre otras grumetes y tripulantes asustadas como todo el mundo. Como es característico en ella, Ramelia intentó calmarlas para poder salvarlas, y logró cierto orden. Cuando todo fue un poco más entendible, hice señas a mis hermanas para que buscáramos juntas un bote.
                Ya en la fila hacia la salvación, mi padre, que organizaba la partida, gritó: “Dannahieri primero, ¡abran paso!”, y fue tal la angustia que reflejaron los ojos de mi padre, que se caracterizaba por ser muy reservado, que todo el mundo dejó un estrecho pasillo para que pasara sin siquiera preguntarse el porqué de obedecer a un tripulante. Con ello pude adelantar la fila tirando de mis hermanas con sus hatillos. No habría prioridad de salvación sin ellas. ¿Qué haría sin las travesuras de Dangeria y sin la paz de Ramelia? ¿Qué diría a las gemelas si no las trajera conmigo? Ahora veo que era una locura, no soy más que una joven que está donde está su padre, pero descubrí que una joven resuelta puede hacer mucho si mantiene la serenidad y la frialdad en tiempos tempestuosos.
                Subimos a un bote junto a una tripulante que no encauzaba y al contramaestre que era joven y apuesto. Y luego de cubrir con sacos a mis hermanas que podían encauzar, nos hicimos a la mar en dirección a Tremalking que estaba más cerca, camuflándonos con el humo del bergantín incendiado, rogando al Creador que pudiéramos pasar desapercibidos a esos monstruos.
                Luego de tres días de navegar llegamos a tierra, descendimos y fuimos a nuestro refugio en tierra para esperar a papá y mamá.
                Con sorpresa descubrimos que mi padre ya estaba en casa, había venido con una aprendiza que ya casi estaba lista para ser la detectora de alguna centella, la que había tejido los vientos discretamente para poder llegar pronto a la isla.
                Al vernos, mi padre nos abrazó llorando, dando gracias a la luz porque sus tres hijas se hubieran salvado. “Ahora solo falta vuestra madre”, nos dijo: “la espera será más tolerable con vosotras al lado”. Nosotras no teníamos palabras, solo pudimos enjugar nuestras lágrimas para mostrar algo de entereza: ¿Que madre no había vuelto? Solo podíamos rogar que se encontrara bien.
                Pasó un día, pasaron dos, tres… pasó una semana completa, y los botes salvavidas dejaron de llegar. Mi madre no apareció al igual que la mitad de la tripulación de nuestro bergantín.
                Tía Deyra din Jervel Espuma azul, Navegante del Coral Frondoso, al fin nos dijo que Dannaire din Jervel Lucero del Alba había sido detectada por una pareja de seanchan que quisieron atraparla. Mi tía comprendió que luchar no era una opción, debido al poder que ella no encauzaba; no obstante, toda mujer moría si se le arrojaba una daga en la oscuridad, o en el tumulto de la batalla. Apuntando a la damane, así oyó mi tía que decía la mujer de los relámpagos respecto de la que llevaba el collar y respecto de lo que haría con mi madre, arrojó la daga con buena puntería: la damane estaba muerta. Luego de lo cual mi madre y mi tía se arrojaron al agua y nadaron hasta poder hallar un bote salvavidas o algo por el estilo.
                La tristeza fue aún mayor: no sabíamos qué ocurrió con madre, estaba demasiado lejos de tierra firme, y esa zona estaba llena de tiburones blancos, orcas y ballenas asesinas. Qué ilógico sería que madre se hubiera salvado de caer en manos de los seanchan para morir en la panza de un animal salvaje, mas parece que este es el caso. Aún no sabemos nada de ella, y en pleno invierno en medio de la mar pudo haber ocurrido cualquier cosa.
                Bueno, ese ha sido el episodio de mi vida que faltaba que te cuente, demasiado para una joven como yo, nacida en el Coral Frondoso y criada como cualquier otra de la isla, ¿verdad? Me gustaría contarte más cosas, que sin duda las hay; pero tendrá que ser en otra ocasión, ya que Ramelia vino a avisarme que la mesa está servida.

                Dentro de su habitación en tierra, un cuarto pequeño que tenía en el centro su cama llena de cojines de vivos colores y muñecos que llevaba con ella a cada viaje que sus padres la llevaban, una alfombra de procedencia illana que Bereia le había obsequiado por su cumpleaños y un escritorio caoba al que la joven estaba sentada; Dannahieri  espolvoreó todo lo escrito con arena para que se seque. Luego cerró su diario y lo dejó, como era su costumbre debajo de su almohada. Peinó sus cabellos y lavó su cara para ir a comer.