La joven que escribe es una mujer alta, de piel ébano y profundos ojos
azules muy oscuro como océanos en tormenta, en los cuales destella una mirada
traviesa y una seguridad en sí misma característica de las mujeres atha’an
miere, aunque muy, muy mimada. ¿Qué se puede esperar de la menor de cinco
hermanas? Aunque ahora se los ve enrojecidos, como si hubiera llorado; su cabello
ondulado está atado en una cola con una cinta de vivos colores, que contrastan
con el estado de ánimo que presenta.
26 de Shaldine, (año no
legible)
Querido diario:
Hoy hemos llegado de pescar con mi padre Tharam din
Jareb Escama Brillante, mi hermana Ramelia que es algo mayor que yo y Dangeria,
que es mayor que Ramelia. Mis dos hermanas mayores que Dangeria, Andaia din
Jareb Estrella Plateada y Bereia din Jareb Luna Plateada, son gemelas idénticas
como dos gotas de agua, y una de ellas es ya navegante y la otra su detectora…
En fin, que con esto de las singladuras, ellas no estaban con nosotros para ir
a pescar a las costas que están cruzando el bosque de la isla.
Por lo general mi padre tampoco está en Tremalking, y
nosotras, que somos pequeñas, solemos estar donde está papá. Pero resulta que
el Coral Frondoso, bergantín del que mi madre era detectora y mi padre
tripulante, fue atacado por los seanchan de camino a Ebou dar, por lo que nos
hallamos temporalmente en tierra hasta que se nos asigne a otro barco.
Ya sabes que no suelo
contarte cosas tan tristes, querido diario, y trato de ser fría e impersonal
con las cosas extrañas que ocurren desde que encontraron al Coramoor; pero por
mucho que mi padre se esfuerce por arrancar de nosotras el horror de lo vivido,
nada puede borrar las violentas escenas presenciadas aquél día del ataque.
Habíamos conseguido mucha seda. Dangeria estaba
molesta porque la habían castigado por no aprender cómo se cambiaba el tiempo
todavía…, bueno, no exactamente por eso, Dangeria había dicho a una grumete en
su primer singladura que sabía hacerlo, la había instruido mal y,
accidentalmente, habían empapado al Maestre de Cargamento que le enseñaba unas
cuentas a la Navegante; En lugar de despejar el cielo y avivar el viento,
habían extraído agua del mar que derramaron justo sobre sus cabezas. La pobre
fue descendida a grumete al instante, y estaría encargada de limpiar las sentinas
y la cubierta hasta que el Maestre indicara haber terminado todas las cuentas
que debía rehacer.
Ese fue mi primer mal momento del día, porque, si no
te puedes descargar con nadie, es obvio que buscarás meterte con tu hermana menor hasta sacarla de quicios: me
dejó una estrella de mar debajo de la almohada, arriba de mi diario. Pegué tal
grito, que desconcentré a Rawena Sedai que instruía a unas aprendizas, por lo
cual mi madre me dio una azotaina, y me advirtió que a la próxima rabieta de adolescente
indisciplinada me dejaría a cargo de los amallares sin los demás, puesto que yo
era la única que aún no tenía edad suficiente para participar de una singladura
como tal.
Estaba enojada con mi madre por injusta, con Dangeria
por pesada, con Ramelia por ser capaz de aprender a encauzar. ¿qué derecho
tenían todas de dejarme sola y no entenderme? ¡Cómo se le ocurría a Ramelia
poder encauzar aún si nadie le enseñaba! Con eso había sido admitida en
singladura un año antes de lo esperado y yo no tenía a nadie con quien hablar;
y si Ramelia se ponía igual de antipática que Dangeria, ya me valdría más hacer
otra rabieta para que, al menos, pudiera hablar con los jóvenes amayares, sería
interesante ver cómo llevan lo de la filosofía del agua. A mis 13 años debo
tener pláticas, muchas e interesantes. También debo tener las olas cerca, peces
y baños con mis hermanas. Todo eso es necesario para poder entrar a una
singladura preparada emocionalmente, puesto que allá serán más duras de lo que
es mi madre conmigo. Me alegra, querido diario, que pienses como yo en este
asunto.
Vaya, ya he borrado el año con mis lágrimas. Es
increíble que después de pasados dos meses de todo lo que te cuento, aún llore
cada vez que hago memoria. Mi padre insiste en que debo relatarlo todo, lo
bueno y lo malo; que será bueno para mí por si llego a
ser Navegante (puesto que aún no sabemos si yo podré encauzar o no); que así tendré
el temple suficiente para llevar una bitácora detallada de todo lo que ocurre
en océanos calmos y tempestuosos. Pero, no sé por qué he tardado tanto en
escribir todo esto, ni por qué puedo contar mi “rabieta de adolescente
indisciplinada”, como la llamó mi madre, sin llorar; pero lo que ocurrió
después aún me afecta tanto. Sí, es terrible, es feo, es injusto; pero ya pasó,
y mi pueblo me necesita entera, aunque aún no sea grumete.
Luego de mi correctivo, repentinamente enviaron a todos
los que gozaban de regalo de pasaje, todas las grumetes capaces de encauzar y a
las aprendizas menos instruidas a sus camarotes. Solo quedaron en cubierta mi
madre Dannaire din Jervel Lucero del Alba, mi padre, y todos los adultos y
nuestras encauzadoras instruidas. NO sabíamos qué ocurría ni por qué nos
enviaron a los camarotes a todas. Pero oímos gritos, muchos gritos. Y por las ventanas
que aún no habíamos cerrado vimos bolas de fuego enviadas hacia nuestro barco
que eran creadas por un par de mujeres unidas con una correa plateada. Mi madre
me había enseñado sobre ellas: sabía que una, vestida de gris tendría un collar
en el cuello, la otra, que usaría un
vestido con relámpagos, un brazalete, y que esas joyas estarían unidas por una
correa. La del collar podría encauzar como mi madre, como Dangeria, como Ramelia…
Los seanchan.
En casos como esos, mi madre nos había dicho que debíamos
estar preparadas para escapar cuando se nos diera la orden. Dentro de mi camarote,
una habitación estrecha abarrotada de diez literas con baúles donde guardábamos
la ropa debajo de estas , tomé un hatillo que tenía algunas mudas de ropa y
comida envueltos en una manta y, a pesar del miedo, me puse al lado de la escotilla
a esperar alguna orden en medio de todo el caos. No fue cosa difícil, las
grumetes que compartían camarote conmigo estaban pegadas a las ventanas, tan
muertas de miedo como yo; pero decididas a no perderse parte de la batalla que
se tenía en cubierta. Entre las ventajas de tener un padre como el mío, se garantizaba
mi escape en alguno de los botes salvavidas como prioridad, él me quería mucho,
decía que yo era la sal de las olas sobre las que su barco navegaba; pero no
garantizaba que estuviera viva para poder huir; tampoco me quitaba el miedo ni
la ansiedad de saber qué pasaba o qué ocurriría con nosotras.
A través de las ventanas se veían los destellos del
fuego que enviaban esas monstruosas mujeres, los rayos que creaban nuestra
detectora y sus aprendizas; llegaban los golpes de espada del maestre,
contramaestre y tripulantes… Una verdadera pesadilla. Una de las nuevas
grumetes dijo de pronto: “Yo sé cómo hizo eso la mujer atada, lo hizo así”, y
creó de la nada una bola de fuego minúscula que se apagó en segundos. Pero fue
suficiente:
“¡Allí también hay Marath’damane!”, oímos que gritaba
una mujer, y las bolas de fuego comenzaron a llegar hasta nosotras. Se desató
un griterío y un pandemónium propio de guacamallos en celo, y nos desvandamos hacia
la escotilla como gaviotas asustadas cuando los niños les tiran piedras, solo
que estas piedras eran más dañinas. Desde cubierta llegó la voz: “¡A los botes
salvavidas! Hundiremos este barco”. Eso terminó de asustarnos, y muchas se
volvieron histéricas.
Yo me mantuve serena gracias a los preparativos de mi
madre para casos de emergencia; sin embargo no fue fácil. Sin soltar mi hatillo
sorteé las batallas que había por todos lados y los charcos de sangre, que
esperaba fueran de los invasores, hasta llegar al camarote de Dangeria y
Ramelia, quienes luchaban para salir de entre otras grumetes y tripulantes
asustadas como todo el mundo. Como es característico en ella, Ramelia intentó
calmarlas para poder salvarlas, y logró cierto orden. Cuando todo fue un poco
más entendible, hice señas a mis hermanas para que buscáramos juntas un bote.
Ya en la fila hacia la salvación, mi padre, que
organizaba la partida, gritó: “Dannahieri primero, ¡abran paso!”, y fue tal la
angustia que reflejaron los ojos de mi padre, que se caracterizaba por ser muy
reservado, que todo el mundo dejó un estrecho pasillo para que pasara sin
siquiera preguntarse el porqué de obedecer a un tripulante. Con ello pude
adelantar la fila tirando de mis hermanas con sus hatillos. No habría prioridad
de salvación sin ellas. ¿Qué haría sin las travesuras de Dangeria y sin la paz
de Ramelia? ¿Qué diría a las gemelas si no las trajera conmigo? Ahora veo que
era una locura, no soy más que una joven que está donde está su padre, pero
descubrí que una joven resuelta puede hacer mucho si mantiene la serenidad y la
frialdad en tiempos tempestuosos.
Subimos a un bote junto a una tripulante que no
encauzaba y al contramaestre que era joven y apuesto. Y luego de cubrir con
sacos a mis hermanas que podían encauzar, nos hicimos a la mar en dirección a
Tremalking que estaba más cerca, camuflándonos con el humo del bergantín
incendiado, rogando al Creador que pudiéramos pasar desapercibidos a esos
monstruos.
Luego de tres días de navegar llegamos a tierra,
descendimos y fuimos a nuestro refugio en tierra para esperar a papá y mamá.
Con sorpresa descubrimos que mi padre ya estaba en
casa, había venido con una aprendiza que ya casi estaba lista para ser la
detectora de alguna centella, la que había tejido los vientos discretamente
para poder llegar pronto a la isla.
Al vernos, mi padre nos abrazó llorando, dando
gracias a la luz porque sus tres hijas se hubieran salvado. “Ahora solo falta vuestra
madre”, nos dijo: “la espera será más tolerable con vosotras al lado”. Nosotras
no teníamos palabras, solo pudimos enjugar nuestras lágrimas para mostrar algo
de entereza: ¿Que madre no había vuelto? Solo podíamos rogar que se encontrara
bien.
Pasó un día, pasaron dos, tres… pasó una semana
completa, y los botes salvavidas dejaron de llegar. Mi madre no apareció al
igual que la mitad de la tripulación de nuestro bergantín.
Tía Deyra din Jervel Espuma azul, Navegante del Coral
Frondoso, al fin nos dijo que Dannaire din Jervel Lucero del Alba había sido
detectada por una pareja de seanchan que quisieron atraparla. Mi tía comprendió
que luchar no era una opción, debido al poder que ella no encauzaba; no
obstante, toda mujer moría si se le arrojaba una daga en la oscuridad, o en el
tumulto de la batalla. Apuntando a la damane, así oyó mi tía que decía la mujer
de los relámpagos respecto de la que llevaba el collar y respecto de lo que
haría con mi madre, arrojó la daga con buena puntería: la damane estaba muerta.
Luego de lo cual mi madre y mi tía se arrojaron al agua y nadaron hasta poder
hallar un bote salvavidas o algo por el estilo.
La tristeza fue aún mayor: no sabíamos qué ocurrió
con madre, estaba demasiado lejos de tierra firme, y esa zona estaba llena de
tiburones blancos, orcas y ballenas asesinas. Qué ilógico sería que madre se
hubiera salvado de caer en manos de los seanchan para morir en la panza de un
animal salvaje, mas parece que este es el caso. Aún no sabemos nada de ella, y
en pleno invierno en medio de la mar pudo haber ocurrido cualquier cosa.
Bueno, ese ha sido el
episodio de mi vida que faltaba que te cuente, demasiado para una joven como
yo, nacida en el Coral Frondoso y criada como cualquier otra de la isla,
¿verdad? Me gustaría contarte más cosas, que sin duda las hay; pero tendrá que
ser en otra ocasión, ya que Ramelia vino a avisarme que la mesa está servida.
Dentro de su
habitación en tierra, un cuarto pequeño que tenía en el centro su cama llena de
cojines de vivos colores y muñecos que llevaba con ella a cada viaje que sus
padres la llevaban, una alfombra de procedencia illana que Bereia le había
obsequiado por su cumpleaños y un escritorio caoba al que la joven estaba
sentada; Dannahieri espolvoreó todo lo
escrito con arena para que se seque. Luego cerró su diario y lo dejó, como era
su costumbre debajo de su almohada. Peinó sus cabellos y lavó su cara para ir a
comer.
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