Dos semanas han pasado desde que entré a la torre. Dos
semanas atrás creí conocer la palabra “disciplina” y suponía que estudiar lo
que uno eligiera sería más sencillo. Creía también que las mujeres gordas no
tenían fuerza… Qué equivocada estaba.
El
primer día fue maravilloso. Luego de que la novicia me mostrara mi habitación,
llegó una aceptada para entregarme una túnica blanca y escarpines blancos. Me
dijo que debía guardar toda mi ropa, incluida la ropa interior y que solo
vestiría de blanco mientras fuera una novicia… Yo, ¡que detesto el blanco! Es
un color sin vida, sin personalidad… pero eso fue lo único feo que viví.
Luego
llamaron a mi puerta, y entró la misma novicia que me acompañó al estudio de
Iandara Sedai. Me dijo que la habían asignado para que fuera mi guía y me
mostró toda la torre.
Me
obligó a memorizarla, diciendo que si me retrasaba con algo sería castigada. No
contenta con eso agregó: “si olvidas una reverencia serás castigada, si te ven
encauzando sin permiso, si sales de la Torre, si no mantienes limpio tu
cuarto...”. y continuó con una lista enorme, para terminar diciendo que a ella
la habían castigado solo por hablar.
_¿Por hablar? –pregunté sorprendida.
_Bueno… -agregó en tono confidente la joven-, es que siempre
me toca guiar novicias nuevas. Y se me ocurrió preguntarle a la antigua maestra
si le dejaba a la nueva muchacha en el escritorio…
Tras
esto, estallamos en carcajadas, molestando a dos hermanas rojas que nos miraron
feo por interrumpirlas; pero antes de que pudieran siquiera hablarnos, nos
inclinamos en dos perfectas reverencias
y nos fuimos al jardín de las novicias caminando muy, muy rápido… Casi
corriendo… ¡En realidad corrimos! Luz, casi podía sentir sus miradas en la
espalda y escuchar sus voces aplicándonos uno de esos temibles castigos que,
gracias a la luz, fueron solo imaginaciones mías y llegamos al jardín invictas,
sudorosas y resoplando.
El día
siguiente empezó antes de salir el sol. Levantarse, hacer la cama, fregar el
suelo de rodillas como cualquier criada… con mis padres empeñados en ser
nobles, jamás tomé una fregona en mi vida, y nunca supe lo que es tener las
manos ásperas de tanto limpiar hasta ahora. Aun así, cuando vinieron a
supervisar mi labor me dijeron que el suelo me había quedado manchado, que la
cama tenía arrugas y que había ensuciado mi vestido: “como si una limpiara
desde que nació”, respondí a la joven. Era una chica alta y desgarbada como un
hombre; usaba su cabello corto, y el vestido blanco con la cenefa de los siete
colores parecía fuera de lugar en ella: su cuerpo pedía a gritos llevar pantalones,
y su forma de caminar, unas buenas botas de montar. Esa aceptada era con creces
la mujer menos femenina que he visto en
mi vida. Supuse que con ella podía ser un poco yo. Vamos que no todo el mundo
iba a darme órdenes aquí, después de
todo soy una estudiante, no una prisionera…
_Vaya, ¿se te han pegado los modales de tu guía? ¿o es que
en Cairhien no les enseñan a respetar a los superiores? –me miró por encima del
hombro y sonrió, la maldita aceptada estaba disfrutando con esto-. En primer
lugar lo que hacías antes de vestir de blanco se quedó en esos vestidos que ya
no usas; en segundo lugar, pequeña, no me he esforzado tanto para que venga una
mocosa con ínfulas de grandeza a hablarme como se le hablaría a una hermana
menor molestosa; en tercer lugar, acá todas limpian, todas son iguales, todas
son novicias que actúan como novicias: limpian como novicias, hablan como
novicias, y respetan lo que llevo en mi dedo –señaló su anillo de la gran
serpiente, símbolo que, noté, ninguna de nosotras llevaba-. Para que no lo
olvides, apenas tengas un momento libre
te presentarás donde Iandara Sedai. Yo le informaré de esto para asegurarme de
que se te corrige como corresponde. Ahora, mi lady, más os vale limpiar como
corresponde y cambiaros lo antes posible si deseáis desayunar.
Asintió
para dar más poder a sus palabras, mientras su sonrisa irónica dejaba muy en
claro lo que opinaba de mí. Luego se dio la vuelta, salió de mi cuarto y cerró dando
un portazo. Entonces oí su ronca voz corregir a otra novicia…, otro “irás a ver
a Iandara Sedai”, otro portazo que subrayaba la “dulzura” que la caracterizaba.
Suspiré,
me quité el vestido y empecé a fregar de rodillas rápidamente. La noche
anterior no había podido probar bocado por la excitación de lo alcanzado y
ahora tenía un hambre típica de habitante de extramuros y, al parecer me
esperaba un largo, largo día.
En el
estudio de Iandara Sedai se me dio un larguísimo sermón de la correcta conducta
de una novicia; un kilométrico discurso de la importancia de ser disciplinada,
templada, de borrar mi falta de respeto, mis recuerdos del hogar, mi pereza.
¿pereza yo? ¡No era justo! Noes mi culpa que mis padres jamás me hubieran
dejado tocar un artículo de limpieza; lo cual no significaba que no hubiera
estado limpiando todo el rato, esforzándome por hacer lo mejor. En conclusión,
y para que no sea tan largo el mal trago de mi segundo día en la Torre, me
indicó que luego de almorzar, yo no tendría clases, si no que iría con Laras
para que ella me enseñara a limpiar como era debido hasta que ella misma lo
estime conveniente.
Mis
actividades, mi rutina, quedó establecida de la siguiente manera: por las
mañanas me levanto, y caigo de rodillas al suelo para limpiar en ropa interior.
No estoy segura de que no vuelva a manchar mi vestido (que luego debo lavar yo
misma), así que no quiero arriesgarme y darme más trabajo en el camino.
Luego
clases de historia que, vistas desde el enfoque mundial que les da Inatsa
Sedai, resultan mucho más interesantes que las lecciones que nos daba mi tutor
en Cairhien. Matemática con una hermana que siempre viste de blanco, como si el
noviciado no hubiera sido suficiente para ella… esas clases siguen sin
gustarme, ¿de qué me servirá encontrar el valor de x en la llaga matando
engendros?
Y luego
mis clases favoritas: aquellas en las que vuelvo a ser una rosa rosada
aterciopelada, brillante, luminosa… clases en las que vuelvo a ser la mujer más
dichosa de toda la torre, en las que me parece que mi mala relación con los
suelos y las escobas valen la pena. Estas clases no tienen una maestra fija: a
veces nos enseña una hermana, a veces Iandara Sedai (lista para darle un
palmetazo a cualquiera que encauce más de lo indicado), a veces una aceptada.
Ya puedo abrirme al Saidar cuando lo desee; abrazar la fuente y crear bolas de
luz que titilan y desaparecen (que duran más tiempo cuando estoy a solas en mi
habitación), y soltarla cuando me lo ordenan, aunque eso es muy difícil.
Recuerdo mi trance con Iandara Sedai, el miedo que tenía de no poder volver a
abrazarla… recuerdo y me río de mí.
Luego
recuerdo las advertencias que se nos hacen cada día, esas que indican que
podemos lastimarnos si encauzamos más de la cuenta, la prohibición de abrazar
la fuente nosotras solas… ¡pero es que aprendemos tan lento! Quiero avanzar y
ser la mejor, ¿cómo podría serlo si no practico por mí misma?
No he vuelto a cruzarme con
Vathylfa, el aceptado de la Torre. Se rumorea que la han echado por su mal
carácter, que está castigada siendo la escriba de la Amyrlin, que escapó de la
torre porque se cansó de que no se respetara su anillo como era debido. Que
haya pasado con ella no me interesa, aún podré vengarme si vuelvo a verla.
Luego
de comer me dirijo a las cocinas, donde una mujerona tan rolliza y pequeña como
nuestra maestra me espera, cuchara de palo en mano para limpiar los hornos, los
suelos, las ollas más grasientas… nada de lavar platos para mí: le dijeron que
debía aprender a limpiar, así que aprendería mejor que sus propias pinches. ¿Que
las mujeres gordas son débiles? ¡pero si tiemblo cuando esas papadas se mueven
en dirección hacia mí, o cuando esa cuchara se descarga sobre algún pinche que
no es lo suficientemente rápido en sus labores. Y termino más agotada que
cuando me oculté en el bosque a las puertas de Caemlyn para descansar de mi
largo viaje.
Luego
de como tres horas de limpiar, más clases, naturaleza, más ejercicios para
encauzar… más limpiar hasta la hora de la cena. Y entonces, viene Lishain, una
aceptada, a darme clases solo a mí. Me ha elegido como proyecto de algo, no sé
de qué, cuando me lo explica no le entiendo. Pero me ha elegido, supuestamente,
porque recién me estoy formando y aprendo rápido. Me hace hacer los mismos
ejercicios de apertura a la fuente, las mismas bolas de luz, me hace hacerlas
danzar; y me habla de las cinco afinidades. Sus clases son interesantes, y ella
es afable, así que no importa que no entienda su proyecto, ella es feliz
enseñándome, y yo bebo de sus palabras como de la fuente verdadera y pregunto
todo lo que se me ocurra, como si todavía fuera una niña de 4 años.
No
he vuelto a tener sueños como el que me trajo a la torre. Aunque sueño muchas
cosas, Iandara Sedai me hace anotarlo todo antes de la limpieza de mi cuarto;
cuando puedo recordar cada detalle. Pero yo lo escribo luego de mis clases con
Lishain, porque en la mañana hay demasiado para hacer y soy de esas pocas personas
que no funciona sin desayuno. Supongo que el cansancio y el llanto por las
noches no me deja volver a soñar… o tal vez le he hecho caso a esas hermanas
que me han advertido que eso es peligroso aunque no me han dicho por qué lo es.
A
mí no me preocupa, aunque sigo pensando en las respuestas a ese interrogante:
¿qué es? ¿por qué es peligroso? Pero no se me permite preguntar ni hablar sin
que una hermana me dirija la palabra primero. Aguardo cada día a que se me
hable de ello, pero más allá de leer mis sueños, no me dicen nada… cómo sea, yo
sigo aguardando, aprendiendo, limpiando, llorando. seré una Aes Sedai sabiendo
que era ese sueño o sin saberlo, seré una hermana de pleno derecho y mataré
engendros en la llaga con dos o tres guardianes y otras Aes Sedai. Por la luz y
por mi esperanza de salvación y renacimiento, así será.
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