Aquellos
días transcurridos en la posada resultaron muy fructíferos para Velahiz, pues
desde un principio la joven demostró poseer grandes aptitudes como encauzadora,
llevando un vertiginoso ritmo de aprendizaje que le sorprendió tanto a sí misma
como a la aes sedai que hasta el momento se ocupaba de
impartir sus primeras lecciones.
Las
frecuentes visitas que la mujer solía realizar al cuarto de las muchachas la ayudaron a descubrir que, curiosamente,
no sólo absorbía tales conocimientos con rapidez, sino que también disfrutaba
poniéndolos en práctica. Finalmente Velahiz comenzaba a creer que, a pesar de
todo, ser entrenada y domesticada como un animalillo salvaje no resultaba tan
desagradable; sobre todo porque aquello la protegería del peligro que entrañaba
su propia ignorancia. Ese era el único motivo que la había llevado hasta allí,
y no debía olvidarlo.
Desde
luego que la joven hubiese deseado aprender absolutamente todo acerca del poder
único y la forma de encauzar sus flujos, pero ella prefería hacer las cosas a
su modo, sin quedar jamás sujeta a imposiciones ni juramentos de ninguna clase;
a su modo y no al de las aes sedai, quienes por lo visto pretendían hacer con
ella su santa voluntad. Pero por el momento debería conformarse con las
enseñanzas que aquellas poderosas mujeres estuvieran dispuestas a brindarle, y
mantenerse alerta para actuar con sensatez llegado el momento de huir.
Según
había explicado Verin, muy pocos eran los
casos en que una novicia conseguía percibir la fuente verdadera de manera tan
rápida, y menos aún acceder a ella, manejando los flujos de poder sin haberlo
practicado con gran dedicación durante un largo tiempo. De hecho, algunas
mujeres tardaban meses o años en aprender a encauzar, y muchas de ellas se
marchaban de la Torre
Blanca sin conseguirlo jamás. Sin embargo, no resultó una
tarea complicada para Velahiz. De pequeña la joven se había caracterizado por
ser increíblemente rápida en todo aquello que se proponía realizar.
Naturalmente, ignoraba que le sucedería lo mismo con su don, una facultad tan
especial y en nada semejante a ninguna otra habilidad conocida.
Era
evidente que rendirse al saidar (la parte femenina de la fuente verdadera), le
producía una sensación de infinito bienestar, y a menudo debía de realizar un
gran esfuerzo de voluntad para resistir la tentación. Aunque nunca hubiese
imaginado tal cosa, el placer que le otorgaba el contacto con el poder único
había resultado un gran estímulo, un estímulo que incrementaba sus constantes
esfuerzos por avanzar en el camino de su aprendizaje.
La
joven se había trazado como objetivo aprender cuanto le fuera posible durante
su estancia en "El Sabueso de Culain" (pues sabía que no permanecería
demasiado tiempo allí), y ésta era también la razón por la cual dedicaba gran
parte de su tiempo libre al estudio de los antiguos libros y tomos que Verin
Sedai solía dejar a disposición de las nuevas novicias. Afortunadamente,
aquella tarea la mantenía lo bastante ocupada como para evitar compartir sus
horas con esas tontas muchachas oriundas de Dos Ríos, y para mantener a raya
las repentinas ansias que a veces sentía de abrirse a la fuente y notar el
poder fluyendo -acariciador- por sus venas.
Claro
que no había tenido más alternativa que dormir en la misma cama con una de las
chicas, y eso sí que se había transformado en una molestia para la joven.
Muy
cierto era que en su pasado ella misma se había visto durmiendo en toda clase
de sitios incómodos, pero al menos lo había hecho sola o en compañía de quien
escogiese, y con la libertad de marcharse en cuanto lo deseara.
Muchachas
de Dos Ríos... Seguramente hijas de granjeros o pastores de ovejas. En
cualquier caso, unas necias.
Dos
Ríos era una región a la que Velahiz ni siquiera había oído mencionar (excepto
por su producción de lana y tabaco), y aquellas campesinas sólo estaban allí
para obstaculizar su aprendizaje, pues sin duda Verin Sedai perdía el
tiempo intentando instruirlas en lugar de verter sus conocimientos sobre tierra
fértil, y dedicar más atención a quien realmente fuese capaz de aprovechar sus
lecciones.
De
todos modos, muy pronto Velahiz se marcharía de aquel sitio, y con la gracia de
la luz ya no tendría que volver a ver a sus compañeras, así como tampoco a su
maestra.
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