domingo, 10 de julio de 2016

De Velahiz. Lecciones en el "Sabueso de Culain"





Aquellos días transcurridos en la posada resultaron muy fructíferos para Velahiz, pues desde un principio la joven demostró poseer grandes aptitudes como encauzadora, llevando un vertiginoso ritmo de aprendizaje que le sorprendió tanto a sí misma como a la aes sedai que hasta el momento se ocupaba de impartir sus primeras lecciones.
Las frecuentes visitas que la mujer solía realizar al cuarto de las muchachas la ayudaron a descubrir que, curiosamente, no sólo absorbía tales conocimientos con rapidez, sino que también disfrutaba poniéndolos en práctica. Finalmente Velahiz comenzaba a creer que, a pesar de todo, ser entrenada y domesticada como un animalillo salvaje no resultaba tan desagradable; sobre todo porque aquello la protegería del peligro que entrañaba su propia ignorancia. Ese era el único motivo que la había llevado hasta allí, y no debía olvidarlo.
Desde luego que la joven hubiese deseado aprender absolutamente todo acerca del poder único y la forma de encauzar sus flujos, pero ella prefería hacer las cosas a su modo, sin quedar jamás sujeta a imposiciones ni juramentos de ninguna clase; a su modo y no al de las aes sedai, quienes por lo visto pretendían hacer con ella su santa voluntad. Pero por el momento debería conformarse con las enseñanzas que aquellas poderosas mujeres estuvieran dispuestas a brindarle, y mantenerse alerta para actuar con sensatez llegado el momento de huir.
Según había explicado Verin, muy pocos eran los casos en que una novicia conseguía percibir la fuente verdadera de manera tan rápida, y menos aún acceder a ella, manejando los flujos de poder sin haberlo practicado con gran dedicación durante un largo tiempo. De hecho, algunas mujeres tardaban meses o años en aprender a encauzar, y muchas de ellas se marchaban de la Torre Blanca sin conseguirlo jamás. Sin embargo, no resultó una tarea complicada para Velahiz. De pequeña la joven se había caracterizado por ser increíblemente rápida en todo aquello que se proponía realizar. Naturalmente, ignoraba que le sucedería lo mismo con su don, una facultad tan especial y en nada semejante a ninguna otra habilidad conocida.
Era evidente que rendirse al saidar (la parte femenina de la fuente verdadera), le producía una sensación de infinito bienestar, y a menudo debía de realizar un gran esfuerzo de voluntad para resistir la tentación. Aunque nunca hubiese imaginado tal cosa, el placer que le otorgaba el contacto con el poder único había resultado un gran estímulo, un estímulo que incrementaba sus constantes esfuerzos por avanzar en el camino de su aprendizaje.
La joven se había trazado como objetivo aprender cuanto le fuera posible durante su estancia en "El Sabueso de Culain" (pues sabía que no permanecería demasiado tiempo allí), y ésta era también la razón por la cual dedicaba gran parte de su tiempo libre al estudio de los antiguos libros y tomos que Verin Sedai solía dejar a disposición de las nuevas novicias. Afortunadamente, aquella tarea la mantenía lo bastante ocupada como para evitar compartir sus horas con esas tontas muchachas oriundas de Dos Ríos, y para mantener a raya las repentinas ansias que a veces sentía de abrirse a la fuente y notar el poder fluyendo -acariciador- por sus venas.
Claro que no había tenido más alternativa que dormir en la misma cama con una de las chicas, y eso sí que se había transformado en una molestia para la joven.
Muy cierto era que en su pasado ella misma se había visto durmiendo en toda clase de sitios incómodos, pero al menos lo había hecho sola o en compañía de quien escogiese, y con la libertad de marcharse en cuanto lo deseara.
Muchachas de Dos Ríos... Seguramente hijas de granjeros o pastores de ovejas. En cualquier caso, unas necias.
Dos Ríos era una región a la que Velahiz ni siquiera había oído mencionar (excepto por su producción de lana y tabaco), y aquellas campesinas sólo estaban allí para obstaculizar su aprendizaje, pues sin duda Verin Sedai perdía el tiempo intentando instruirlas en lugar de verter sus conocimientos sobre tierra fértil, y dedicar más atención a quien realmente fuese capaz de aprovechar sus lecciones.
De todos modos, muy pronto Velahiz se marcharía de aquel sitio, y con la gracia de la luz ya no tendría que volver a ver a sus compañeras, así como tampoco a su maestra.


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