lunes, 26 de diciembre de 2016
De Ilstar. 2.
Finjo un esbozo de sonrisa y me despido de mi prima al tiempo que mi bestia se encamina a las puertas de la ciudad. Como era de esperar, Erisai se ha salido con la suya y he pasado por Manala a entregar la misiva a Marline. Tampoco me acaba de disgustar, y en el fondo me parece ciertamente absurdo no poder aprovechar mis viajes para entregar correspondencia personal.
Me pongo rumbo a Shol ARbela a buen paso, pero sin fatigar al caballo. Esto me da oportunidad de enfrascarme de nuevo en mis pensamientos. constantemente viene a mi cabeza la conversación con mi hermana. Nunca le he querido ocultar nada, pero considero que no puedo ser totalmente franco con ella. La sensación de enjaulamiento, de falta de libertad, no es sólo cosa de mi padre y su nuevo rango. Pero, al menos por ahora, no puedo confesarle más. La pronta edad a la que aprendí a leer y escribir hizo que los libros me fueran un tanto más interesantes que al resto de los jóvenes. Quizá sea eso lo que ha hecho que siempre le dé mil vueltas a las cosas y que una y otra vez esté tratando de racionalizarlo todo. Y justamente lo que me temo que me pueda ocurrir es de todo menos racional.
Dejo recorrer mi mirada por los bosquecillos que delimitan el camino que me lleva a la capital arafelina. En cualquier momento sé que puede pasar. Supongo que a fin de cuentas lo estoy esperando, como el guerrero que abraza la muerte sabiendo que ese es su deber y su destino. Todavía espero poder revisar ciertos tomos en la biblioteca de Fal Moran, pero por desgracia no ha coincidido ningún viaje hasta tierras shienarianas desde que la sospecha anida en mí.
Por fin está ahí. Lo noto, lo presiento segundos antes de que mi montura comience a cabriolar nerviosa. Intento apaciguarla pero parece no surtir efecto. Frunzo el ceño. No es la primera ni la segunda vez que viajo con ella. Siempre había sido un caballo dócil, pero hoy parece que jamás hubiera tenido contacto alguno con humanos. Con humanos.... Levanto la cabeza y miro a mi izquierda. Alguien me devuelve la mirada entre la espesura del bosque. Parece llamarme. No sin dificultad consigo frenar al cada vez más nervioso animal. No separo mis ojos del punto en el que me vigilan. Nos quedamos así varios minutos. Yo mirándolo a él. él mirándome a mí, y mi caballo tratando de tirarme al suelo para salir a galope tendido.
Finalmente consigo parpadear y volver la vista al frente. Espoleo a mi montura y de seguida comienza un trote que me vuelve a demostrar que estaba ansioso por irse de ahí. Tal es su premura que me da la impresión de que una de sus herradura se ha salido del sitio. Sin más contratiempos llego a Shol Arbela y desmonto en las cuadras reservadas para el correo de la ciudad. Descabalgo y examino la pata del animal. En efecto habría que cambiársela. Me encamino a la herrería y, tras dejar atado al caballo, voy a por el martillo y una herrradura nueva. Ya no sé si es necesario ir a Fal Moran a confirmar lo que de sobra ya sé.
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