lunes, 6 de junio de 2016

De Velahiz. Oportunidad.





Mientras realizaba su primera visita a la sorprendente y maravillosa ciudad de Caemlin, Velahiz oyó rumores acerca de aes sedai, aes sedai que se hospedaban en una de las tantas posadas distribuidas en diferentes puntos a lo largo y ancho de la gran urbe. Aquella en particular se hallaba junto al Camino del Muro, rumbo al sur, y los viajeros comentaban que allí también se alojaban unas cuantas muchachas campesinas que habían llegado en su compañía.
Al comienzo Velahiz pensó en extremar cuidados y poner distancia con esas mujeres vinculadas al poder, pues prefería no despertar sospechas y continuar salvaguardando su libertad, pero finalmente creyó que sería preciso tomar ciertos riesgos con el fin de facilitar el camino de su aprendizaje. La joven concluyó en que, llegado el momento, hallaría el modo de escabullirse antes de caer de bruces dentro de la Torre Blanca o quedar para siempre a su merced; al fin y al cabo, ya lo había conseguido una vez. Sin embargo, ésta era tal vez una oportunidad, y seguramente podría servirse de ella siempre y cuando actuase con inteligencia y cautela.
Al tiempo que se dirigía a la posada, la muchacha se preguntó si cabría la posibilidad de que ella misma hubiese estado encauzando el poder único durante las últimas semanas, o empleándolo de alguna forma insospechada, tal vez sin advertirlo siquiera. Inmediatamente desechó tales suposiciones, pues a pesar de su completa ignorancia en lo referente a su don, la joven no lo creía probable. Últimamente había estado sintiéndose muy extraña. . ., pero dedujo que sus permanentes preocupaciones con respecto a aquel asunto la estaban haciendo desvariar.
Una vez localizado el sitio que buscaba, Velahiz no se molestó en hallar un pretexto adecuado para ingresar y contactar con alguna aes sedai que se hospedase allí. Dando por hecho que los rumores que corrían por la ciudad eran ciertos, la joven entró decididamente en el establecimiento y manifestó la necesidad de ser recibida por una de ellas.
Por un instante se imaginó a sí misma forzando a una de aquellas mujeres a transmitirle sus conocimientos sin descanso, día y noche, sujeta a sus caprichos y obedeciendo las órdenes que ella impartía sin siquiera protestar, y no pudo más que soltar una risita divertida.
Sabía que nadie sensato se atrevería jamás a pensar en una aes sedai de aquel modo, pero Velahiz volvió a reír para sus adentros por las alocadas ideas que de pronto se filtraban en sus frenéticos pensamientos, y de súbito lamentó que se tratase de una simple fantasía.
Aunque no le resultó sencillo, pronto se encontró ante la presencia de una mujer regordeta, de ojos oscuros y con un aire distraído que lucía un chal de flecos marrones sobre los hombros. Era difícil calcular su edad.
Pese a saber que ella ya lo había notado, la joven decidió ir al grano, y sin apenas detenerse a escoger las palabras correctas, le habló a la aes sedai acerca de su capacidad de encauzar, al tiempo que hacía girar entre las manos unas cuantas piedras medianas que había recogido en la calle, de camino a la posada.
El rostro del hermano de Samia (a quien de pequeña Velahiz llamaba “tío”) cruzó fugazmente por sus recuerdos una vez que hubo callado. El hombre era un antiguo juglar, y durante su infancia le había estado enseñando complicados malabares con numerosas bolas de colores. La joven solía recurrir a aquellos trucos en las ocasiones en que se sentía nerviosa o impaciente por obtener lo que deseaba, aunque ya no los ejecutaba con tanta precisión como en los tiempos de su niñez.
Aguardando una respuesta afirmativa y entrecerrando ligeramente los ojos, Velahiz continuó girando las piedras a mayor velocidad, bajo la mirada escrutadora de la aes sedai.

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