jueves, 30 de junio de 2016

De Mathrel. Historia.





En una noche de invierno, de esos inviernos que tiñen los verdes pastos de blanco, de esos que apagan los alegres cantos de las aves.
En un invierno de esos, Chuck cortaba leña de un bosque cercano para calentar la pequeña casa en donde vivía junto a su esposa.
A pesar del cortante frío y los helados vientos que cada tanto se encargaban de que todo el que se les cruzara se encogiera para resguardarse, este hombre se esmeraba de tal manera que parecía estar abrumado por el calor del verano.
A medida que cortaba o juntaba madera de algún árbol caído, iba colocando los pequeños trozos en un carrito hecho a mano. Cada tanto se encontraba con alguna rama lo bastante gruesa como para cortar las partes más pequeñas y quedarse con lo que serviría para la chimenea.
Todos los años, cuando el invierno llegaba, junto con el venían los tiempos de escasez ya que la mayoría de las plantaciones se estropeaban y eso hacía que la comercialización disminuyera.
Este era el caso de la familia Rúndenstein, que hacían lo posible para sobrellevar los fríos de esa época del año.
Cuando Chuck vio que su carrito estaba lleno de leña, colocó el hacha en él y apresuró el paso ya que no se había dado cuenta lo lejos que estaba de su casa por tanto caminar entre árboles tratando de abastecerse lo mejor posible.
Con el viento en contra y arrastrando su carro con ruedas de madera, de esas que suenan al girar y parecen que en cualquier momento alguna se va a salir del eje, caminó lo más veloz posible considerando que el clima no le permitía hacerlo muy bien. Llegó a lo que debería ser su granja, que ahora no era más que tierra oscura sin ningún tipo de vegetación, solo alguna mala hierba, amarronada y seca por el tajante frío.
Dejó el hacha en la parte trasera de la casa donde tenía un improvisado trastero de madera.
Unas cuantas maderas clavadas conformaban el lugar donde guardaba sus herramientas de trabajo.
Mientras tanto,  Belieneh calentaba agua en una tetera al calor del casi apagado fuego, para cuando llegara Chuck, pudiera tomar algo caliente. Casi siempre solían tomar té con miel, acompañado de algún panecillo horneado por su señora.
Pero dadas las situaciones, seguramente tomarían alguna sopa con los vegetales que lograron reunir antes del invierno.
Chuck abrió la puerta y de casi un salto entró en la casa cerrándola inmediatamente para que no entrase el aire congelado. Se quitó un abrigo del cuello, algo parecido a una bufanda pero más estropeado, colgó el gran y grueso tapado de tela áspera forrado por la piel de algún animal en el interior cosido a mano por Belieneh, usado únicamente en estos casos.
Con los brazos cargados de leña, Chuck caminó hasta la pequeña sala donde tenía el fuego y reposaba su esposa en una silla de respaldo bajo, con varias frazadas y cueros como  un intento de colchón para evitar el entumecimiento y conservar el calor.
-¿Cómo te fue cariño?  -Preguntó Belieneh con una voz suave y algo baja.
-Al menos tendremos para un par de noches  -Dijo Chuck mientras besaba la frente de su esposa y frotaba su vientre, ese vientre que acunaba al que traería largos tiempos de alegría, felicidad y risas a su hogar y un eterno amor para el resto de sus vidas.
-Ya tengo la tetera caliente, ¿Qué quieres tomar? ¿Té o sopa? -Hoy no hemos almorzado bien y tú estabas con molestias en el estómago, yo creo que una sopa será lo mejor, pero no te muevas, yo traigo las cosas. No quiero que ustedes dos pasen frío. -Luego de decir eso, Chuck caminó hacia la cocina no sin antes darle un beso a su bella esposa. En una canasta de paja colocó algunas patatas, un poco de vegetales verdes para darle sabor y una mazorca de maíz.
En una olla algo vieja y abollada, pasó el agua caliente de la tetera y colocando las verduras en su interior, se sentó junto a Belieneh mientras las verduras se cocían en el hervor.

El vientre de la mujer se movía, señal de que el pequeño que vivía en su interior, ya estaba a poco tiempo de nacer. Chuck, mientras acariciaba la barriga de su mujer, le decía cosas en voz baja al niño, de manera que el bebé lo escuchara sin ser aturdido. Una vos llena de ternura y entusiasmo.
Los siguientes días no fueron muy diferentes, Belieneh en un total reposo, y el padre de familia era el que traía la leña de los bosques cercanos. También trataba de conseguir vegetales y si tenía suerte  algo de carne fresca, cosa que al menos Belieneh estuviera bien alimentada.

Una mañana, con el invierno ya casi abandonando las praderas, devolviendo los primeros cantos de las aves a los bosques y permitiendo ver los pastos como comenzaban a tomar tonos verdes, Chuck preparaba un té de hierbas para llevarle a Belieneh a la cama. Ella por otro lado, estaba pasando por los primeros dolores de parto.
- Aquí tienes amor, este té te ayudará a calmarte. Sería bueno que llamara a la Zahorí para que nos diga si todo va bien.
Pero Belieneh, con su rostro algo pálido y cubierto de sudor, solo logró abrir los ojos y asentir con la cabeza mientras algún que otro gemido de dolor se colaba de sus labios como si hicieran fuerza para salir.
- No quiero dejarte sola ni un segundo, no sea que justo cuando no esté, nuestro pequeño decida salir.
-Corre!- gritó la mujer con su rostro casi desfigurado por el dolor y de un salto el hombre salió corriendo hacia la casa de la Zahorí de Campo de Emond.

-Adelante! - Dijo la Zahorí al escuchar que alguien llamaba a su puerta.-
Casi sin aliento Chuck abrió la puerta y entró a la casa. La mujer lo miraba al ver como el hombre trataba de decir algo pero a causa de su cansancio solo salían sonidos entrecortados  de su garganta.
-Respira Chuck, respira. -Dijo la Zahorí mientras le daba un vaso con agua.
Una vez había logrado recuperar un poco la voz le dijo: -Perdóneme  Zahorí, pero por favor acompáñeme a mí casa, mi esposa está a punto de dar a luz y la he dejado sola para pedirle a usted.
-Muy bien- dijo la mujer mientras algo apresurada agarraba frascos de hierbas, mantas y alguna que otra herramienta para la ocasión. -Vamos  Chuck- Dijo y enseguida salió delante del hombre rumbo a la granja.
Belieneh ya no soportaba el dolor, y en un mar de gritos llamaba a su marido.
Cuando en eso, como si se tratase de un huracán, Chuck y la Zahorí estaban junto a la mujer a punto de dar a luz.
-Respira hondo, toma mi mano… -dijo la Zahorí mientras que con la otra mano tocaba suavemente el vientre de la mujer. -Todo saldrá bien, solo tienes que concentrarte en mi voz, respira hondo y cuando te diga haz mucha fuerza. -Terminando de  colocar mantas bajo ella, preparando algunos ungüentos con hierbas para detener hemorragias en caso de que algo saliera mal, y con una voz dulce pero firme le dio la orden a Belieneh.  -Ahora! Haz toda la fuerza que puedas!
-La pobre mujer cegada por el dolor, llenó su pecho de aire y con una mueca que solo las mujeres saben hacer, pujó con tanta fuerza que su rostro tomó colores rojos. -¡Otra vez!- Dijo la Zahorí. -¡Ya casi está fuera!- En un último intento y utilizando las pocas fuerzas que le quedaban, Belieneh volvió a llenar su pecho de aire y con la misma mueca pero ahora mucho más pronunciada, pujó mucho más fuerte que la vez anterior, haciendo que el pequeño bebé abandonara su vientre y comenzara a formar parte del mundo exterior.-
-¿Por qué no llora? ¿Está bien? ¿Cómo está mi hijo?- Dijo Belieneh medio entre desmayada.-
-Todo está bien- Dijo la Zahorí. -Es un niño, como lo había dicho hace unos meses, y es un hermoso barón. Tiene tus ojos Chuck.
-Mi muchacho- Dijo el hombre. -Mi pequeño Mathrel.-
Una vez la Zahorí cambió las sábanas que envolvían al niño por unas limpias, lo colocó en el pecho de su madre, la que deseaba besarlo y amamantarlo con todo su amor.
-No tendremos grandes tierras ni grandes fortunas, pero de lo que nuestro hijo será rico, es de amor.
-Dijo Chuck con sus ojos llenos de alegría.

Un par de años después, Mathrel ya caminaba con bastante soltura, lo suficiente como para corretear por el jardín de la casa. Cada tanto perseguía a alguna rana de paso o a algún ratón en busca de algo que comer.
Belieneh que ya a estas alturas andaba de un lado para el otro detrás del niño, controlando que no se metiera en líos ni que fuera a agarrar alguna cosa que le hiciera daño.
-¡Amor!, vamos al pueblo, tenemos que llevar las cosechas a Colina del Vigía. Prepara todo para el niño, así de paso ya va aprendiendo. -Dijo Chuck acompañado de una risa.-
Ya encaminados en la carreta, Belieneh, Chuck y el pequeño Mathrel que no dejaba de tocar todo lo que veía, se dirigían a entregar las cosechas de tabaco al pueblo vecino.
Una columna de humo se veía a la lejanía, como si se tratase de algún fuego más grande que el de una chimenea. A ambos les pareció raro ya que con la salida del invierno y la llegada del verano, nadie tenía necesidad de encender un fuego, solamente cuando a alguien se le antojaba cocinar algo de carne al aire libre.
-¿Habrá pasado algo?- Dijo Belieneh- Esa columna de humo no se ve bien.
-Tranquila, seguramente estén quemando algún montón de pasto u hojas secas, ya que en el invierno no se pueden juntar, apenas llega el verano siempre el primer trabajo es la limpieza de este tipo de cosas. -Dijo Chuck con intención de tranquilizar a su esposa. Pero en cuestión de un segundo, algo golpeó su carreta haciendo que se volcara, el tabaco se esparció por todas partes y Mathrel salió disparado cayendo unos cuantos metros del camino.
Un rugido bestial los aturdió mientras Chuck trataba de proteger a Belieneh y al mismo tiempo de encontrar a Mathrel. La sangre corría por la frente de la mujer que se había golpeado contra el suelo, quedando medio inconsciente y con las piernas bajo el carro.
Aturdido por el rugido y por la situación catastrófica, Chuck logró salir de debajo de la carreta, pero con una pierna bastante herida. No entendía que estaba pasando, enseguida descartó la posibilidad de que fueran bandidos del camino, ya que no tienen tanta fuerza como para generar este tipo de desastre, pero lo que menos esperaba, o lo que menos quería esperar estaba frente a sus ojos.
Una bestia que le doblaba o triplicaba la altura, con brazos y piernas pero una cabeza de animal que a primera vista parecía algo como un águila, o al menos tenía pico que eso fue lo que el hombre llegó a ver en ese instante, el último instante que vería en su vida, ya que la criatura se abalanzó sobre el y de manera horrible lo medio devoraría.
Belieneh al ver que su esposo era devorado como a un trozo de pan, comenzó a gritar, tratar de salir de debajo de la carreta y desesperadamente encontrar a su hijo. Pero unos pies enormes le pisaron las manos, no lograba ver bien que era ya que se encontraba boca abajo, pero definitivamente no era una persona. Algo la tomó de su cabello y de un golpe la sacó arrastrándola unos metros de donde estaba. Sus piernas estaban totalmente lastimadas por el golpe y por el rose de las tablas al ser sacada tan bruscamente. En medio de todo eso, logró mirar arriba y vió a una bestia similar, de una altura que no se comparaba con el mas grande oso del bosque, pero tenía una cabeza como si fuera algo parecido a un perro. En la otra mano, Belieneh vio que sujetaba aún vivo a su pequeño hijo, el pequeño Mathrel que un poco lastimado por el golpe, lloraba entre las garras de la bestia que lo agarraba.
La mujer lloraba y gritaba de desesperación por su hijo y por ver como algo había devorado a su querido esposo. El pueblo había sido invadido por un montón de esas bestias, que asesinaban y destrozaban todo lo que encontraban a su paso. La poca gente que quedó viva, a duras penas logró agarrar a su familia y huir a algún lugar en donde mantenerse vivos.
Luego de casi un día de total destrucción y muerte, las bestias se retiraron. Dejando lo que una vez era un bello pueblo lleno de movimiento, en un montón de escombros.


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