lunes, 23 de mayo de 2016

De Claiman. La vida en la Torre Blanca.



Pasan los días, el sol se alza y se pone y la vida en la Torre Blanca continúa, y Claiman se mantiene constante en su deseo de servirla por encima de todo.
 No son pocas las ocasiones en las que recuerda aquella frase que le dijo su capitán el día que ingresó en la guardia de la torre:
 “’todos venís aquí  con grandes ínfulas y más grandes aspiraciones, pero esto no es un ejército que sale a la frontera con la Gran Llaga para combatir engendros, muchacho, sino uno que vela por la seguridad de la ciudad y por la de nuestra Sede Amyrlin”
 La disciplina es una constante, el ejercicio, los entrenamientos y el esfuerzo  empiezan a mostrarse en su cuerpo, es diestro ya en el uso de la espada, pese a que sabe que le queda mucho por aprender y mejorar, se preocupa de cumplir con todo lo que se le ordene y se ha vuelto, si cabe, más disciplinado, su mente se convierte en la de un soldado, dispuesto a acatar órdenes y cumplirlas, sea cual sea el precio.
 No olvida tampoco las tareas que Jimar Chubain le encomendó y diariamente dedica el tiempo que le queda a trabajar en los establos, su relación con los animales siempre ha sido buena y eso no ha cambiado aquí.
 Es precisamente en los establos donde se siente único, ya desde pequeño su padre le decía que tenía cierto don con los caballos, y Claiman había descubierto que no era solo con ellos, los perros, o incluso las aves parecían tener cierta conexión con el joven que, sin entender de todo el porqué, obtenía de ellos grandes resultados.
 Estando en los establos recuerda las largas jornadas de trabajo con el viejo, las horas domando potros que luego su padre vendía, animales preparados para cumplir con su jinete, fuertes y nobles, de los que rara vez se tenía queja.
 Cuando caía la noche, el cansancio en Claiman era palpable, pero no por ello cejaba un segundo en sus labores, sabía que ese era su deber y lo cumpliría hasta el fin de sus días.

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