De camino a Ghealdan, me puse a recordar mi huida de
Amadicia. Yo vivía en Sienda, una aldea pacífica, que solo se interesaba por
sobrevivir en el duro invierno, y recolectar en el caluroso verano. En una
noche oscura y fría, llegaron tres capas blancas, y se instalaron en la posada “la
luz de la verdad”, cuya dueña es la amable señora Jharen. Después de obtener
información de ellos sobre lo que ocurría en el mundo (ya que nadie de Sienda
había salido de las fronteras de Amadicia), y nos comunicaron que una legión de
50 hijos estaba en camino. Aparte de eso, solo se pusieron a charlar, sobre
cómo atrapar a todos los amigos siniestros, y sobre otras cosas, que no llegué
a oír. Tras emborracharse hasta lo inimaginable, se fueron tambaleantes a
dormir en las austeras habitaciones que les había alquilado la señora Jharen.
Yo me fui a casa después de terminar mi trabajo en la posada (mozo de cuadras),
y en vez de hacer lo de siempre (irme a mi habitación y dormir), me senté con
mis padres, como si presintiese que nunca los iba haber después de esa noche.
Pensé:
—Por la luz, me estoy convirtiendo en un paranoico. Mis
padres siempre estarán conmigo, no se irán a ninguna parte.
Un poco aliviado tras estas palabras, discutimos mis padres
y yo, sobre la veracidad de la existencia de todos aquellos sirvientes del
oscuro, como los trollocs, los fados, o los sabuesos del oscuro. Pasada ya la
media noche, me decidí a irme a dormir, pues al día siguiente debía levantarme
muy temprano, unas dos horas después del alba.
Al despertarme al día siguiente, noté cierta malignidad en
el aire, y por otra parte, la aldea estaba muy silenciosa, cuando a esa hora
siempre se oía el cacareo de las gallinas, los balidos de las ovejas, y los
mugidos de las vacas. Solo oía a mi madre, que estaba preparando el desayuno,
como siempre. Me vestí, y tras picotear un poco el desayuno (pues realmente no
tenía ganas de comer), me fui de camino a “la luz de la verdad”. Cuando llegué,
encontré la posada vacía (algo inhabitual), y a la señora Jharen, retorciéndose
las manos en su blanco delantal.
—¡Luz!. ¡Al fin viene alguien!.
—¿Qué ocurre, señora Jharen?. Donde están nuestros
clientes?.
Asomándome al establo, vi que los tres sementales de los
hijos de la luz aún seguían allí, como los dejé a noche antes de irme a casa.
—¡Reymalk, una desgracia se ha abatido sobre nosotros!.
—Pero, ¿de qué está hablando, señora Jharen?.
—¡Los hijos, hablo de los hijos de la luz!.
—¿Qué pasa con los hijos?. Muy raro que no se hayan
despertado, aunque pensándolo bien, no es tan raro debido a todo el vino que se
han tomado ayer.
—¡Cabeza de chorlito!. Están!.
De repente, vimos a través de la puerta de la posada cómo se
levantaba una nube de polvo en el horizonte.
—Serán los otros 50 hijos que estaban en camino.
—¡Luz!. ¡Estamos perdidos!.
—Pero señora Jharen, qué te pasa?. En todos los años que
llevo trabajando en esta posada, nunca te he visto tan preocupada. ¿Qué pasa
con los hijos?. Al fin y al cabo, casi siempre vienen por aquí para abastecerse
de provisiones para el camino.
—¡Necio!. ¡Esos tres capas blancas están muer…, muer…,
muertos…
—Por la luz, señora jharen, ¿qué estáis diciendo?. ¿quién
los va a matar aquí?.
De pronto, oímos el piafar y los relinchos de los caballos.
Cuando nos giramos, vimos a 3 capas blancas delante de nosotros , pues los
otros 47 se quedaron fuera de la aldea, en su campamento, ya que la posada no
podía dar asilo a todos, y era la única posada.
—Que la luz os proteja. Soy el capitán Cerdin, capitán de
los hijos de la luz. Llamad a los 3 hijos que llegaron ayer aquí, debemos
partir de inmediato a Ghealdan, Samara se está convirtiendo en una ciudad del
oscuro con tantos maleantes y bandidos, por no hablar de amigos siniestros. ¿Y
bien?. ¡Llamadlos!.
La señora jharen comenzó a retorcer sus manos en su blanco
delantal, y su cara se quedó blanca, como la nieve.
—Yo…, Yo…
—Mujer, ¿es que no oís?, ¡llamadlos!.
Yo me fui para sacar los 3 caballos del establo, y con el rabillo
del ojo, vi cómo el capitán Cerdin apartaba a la señora Jharen, y subía al piso
superior de la posada para llamar a los 3 hijos. De repente, oí una exhalación,
y las pisadas del capitán que bajaban por las escaleras, y vi cómo agarró a la
señora Jharen, zarandeándola.
—¡¡¡¿Quién mató a estos 3 hijos consagrados a la luz?!!!.
¡Decidme!. La señora Jharen se puso a llorar, y fui incapaz de permanecer al
margen. Mirando a mí alrededor, me di cuenta que en las alforjas de los 3
caballos, había una daga en cada una. Cogiendo una de las 3 dagas, hice el
ademán de lanzarla, pero mis dedos se negaban a soltar la empuñadura del arma.
Luz, nunca había matado a alguien!. Pero por otro lado, no podía dejar a la
señora Jharen, a merced de ese cretino capa blanca. Día un alarido, y corrí
hacia el capitán, dispuesto a hundir la daga en su espalda, pero como
veterinario de batallas que era, se giró hacia mí, y me paré a penas a un metro
de él. Eso imposibilitaba darle en el pecho, o en el vientre, ya que estaba
cubierto de una cota de mallas.
—¿En serio piensas hundirme esa daga, campesino?. Apuesto a
que nunca has hundido tu pequeña lanza en ninguna muchacha, y ya quieres pasar
a las dagas. ¡Qué valiente!.
Los otros 2 capas blancas rieron socarronamente.
Olvidándose de mí, se volvió a girar hacia la señora Jharen,
y eso me daba otra oportunidad de matarle. Pero no podía. Por la luz, ¡no podía
matar a un ser humano aunque fuese el más despreciable del mundo. Pero debía
salvar a la señora Jharen, pues el capitán tenía en la mano un cuchillo, de
hoja fina, labrada en plata, mientras le hacía preguntas a la señora Jharen, y
ella no podía hacer más que llorar. De repente, me fijé en las piernas del
capitán. No tenían ninguna protección. Sin saber lo que hacía, y temblando por
las consecuencias de ese acto, apuñalé al capitán en su rodilla izquierda, y me
quedé ahí, paralizado de terror, mientras el capitán se derrumbaba sobre la
señora Jharen, que al caerse, dio con su cabeza en el suelo, y se desmayó, y me
quedé ahí, solo, sin la ayuda de nadie.
Aún sostenía la daga, que estaba llena de sangre, y con
náuseas por lo que había hecho, la dejé caer, y el repicar de la hoja en el
suelo, fue como una campana de alarma, que sonaba en mi cabeza. Al fijarme en
los capas blancas, vi que sacaban sus espadas, a la vez que gritaban.
—¡Esta aldea está llena de amigos siniestros!. Primero matan
a los otros 3, y ahora apuñalan a nuestro capitán por la espalda. ¡Haremos de
esta aldea una gran hoguera!.
Y vinieron hacia mí, espadas en mano, dispuestos a
degollarme como si fuese un cordero. Estaban a casi 6 metros de mí: 4. 3. 1. De
repente, vi algo veloz que se acercaba a mí, mientras la hoja del primer hijo
se acercaba a mi pecho. La veloz forma, me apartó de un empellón, y la espada
penetró en su pecho. Sin verle la cara, supe quien era. Luz, no podía ser!.
Ella no podía morir!. ¡Ella no!. Cayó de rodillas, en un charco de sangre que
se extendía por el suelo, una sangre que corría por mis venas. Una sangre a la
que yo amaba tanto, hasta el punto de dar mi vida por protegerla. Era la sangre
de mi madre. El otro capa blanca se acercaba a mí, con una espada en
horizontal. Iba a morir, la vida era muy injusta. De pronto, vi un cuchillo que
asomaba por la garganta del capa blanca, y este se detuvo, asombrado y
agonizando. Cayó al suelo, lentamente, como la pluma de un pájaro. Al caer
completamente, vi a la señora Jharen detrás suya, con las manos sobre su cara,
horrorizada por lo que había hecho, y mirando al otro capa blanca con temor.
Este también miraba asombrado a la posadera, y cogiendo al capitán cerdin, que
se hallaba inconsciente, se fue.
—Moriréis todos, amigos siniestros!. ¡disfrutad de vuestro
último momentos de vida!.
Y se perdió de vista, mientras yo me encontraba en shock, ya
que no podía creer cómo mi vida había dado un giro de 180 grados.
—¡Dios mío, diena!. ¡Diena, respóndeme!.
De repente, me acordé de mi madre, y fui junto a ella, que
estaba con la señora Jharen. Estaba agonizando, sin que yo pudiese hacer nada
por ella. Cómo iba a sobrevivir sin su cariño, sin sus consejos y sin su
presencia?.
Me derrumbé junto a ella, y le sostuve una mano, mientras
trataba de decirme algo, algo que no podía decir debido a su sangre. Pero haciendo
un último esfuerzo, pronunció una sola palabra.
—¡¡¡Huye!!!.
Y murió en mis brazos, mientras el eco de esa palabra se
extendía por toda mi mente.
Huye! Huye! Huye! Huye! Huye! Huye! Huye!…..
Vi cómo la señora Jharen se levantaba, con su rostro bañado en
lágrimas, y vi cómo entraba a la posada, y salía con una bolsa.
—¡Reymalk, levanta!. Hijo, ¡ya has oído a tu difunta madre!.
Que el creador la guarde en su seno hasta que llegue el momento de su
renacimiento. Hijo, ten. En esta bolsa te he puesto algo de comida y algo de
oro. No es mucho, pero tal vez podría sustentarte por un tiempo. ¡Reymalk, ya
vienen, huye, hijo mío!. ¡Huye y vénganos!. Huye!. Huye!. Huye!........
Azuzado por el dolor, la ira, la venganza y la tristeza, me
encontré corriendo hacia el norte. Me paré en una colina, apartada de sienda, y
me puse a observar cómo los capas blancas destruían todo lo que me era amado en
esa aldea: sus edificios, sus pacíficas gentes, sus cultivos. Luego, quemaron
todo, y vi cómo un denso y espeso humo se cernía sobre “la verdad de la luz”.
Caminé por las llanuras de amadicia por el noroeste, hasta
que salí a la calzada del norte. Seguí esa calzada, de camino a Ghealdan.
Y así llevo caminando, al son de la venganza y la ira, hasta
que algún día, pueda avistar Ghealdan a lo lejos.
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