El sonido
sibilante paso a escasos metros de su cabeza, y el calor lo sofoco en medio de
la batalla.
La bola de
fuego impacto contra el palo mayor, que ya mostraba varias marcas negras
producto de impactos anteriores.
Aun así no
se detuvo. Asestaba golpes de espada a diestra y siniestra, pero era difícil
golpear a esos condenados hombres embutidos en esas corazas tan cerradas. No entendía
como podían moverse, ni siquiera respirar, cuando además las coronaban con esos
cascos siniestros que los hacían parecer grillos.
La tripulación
luchaba con fiereza contra la avanzadilla que los había abordado vía aérea. Y
los estaban repeliendo.
Pero le preocupaba otra cosa.
Pero le preocupaba otra cosa.
Las bolas
de fuego y los rayos no venían de los lagartos que volaban en circulo sobre el
barco tras haber descargado su cargamento de invasores Seanchan.
Trabando
espada contra espada, le asesto un duro golpe de escudo en el rostro al hombre
con el que luchaba y cuando este se desestabilizo, lo remato con la espada en
el cuello. Ese y la parte inferior del rostro era el único punto vulnerable en
la defensa de sus enemigos. Y se encargo de vocearlo a sus hombres mientras
continuaba luchando y animándolos en medio de una Tormenta de Acero. Su nombre
de Sal. Shaeira nunca había entendido el motivo hasta la primera vez que le vio
luchar. Shae…
Un puñal
estuvo a punto de cruzar su corazón por la espalda, si no fuera por la oportuna
intervención de Relvana, que acababa de lanzar al trapero asesino volando por
los aires.
“Deja a
Shae ahora y concéntrate, estúpido” – se dijo a si mismo mientras se libraba de
su atacante y se dirigía en ayuda de un joven tripulante que estaba siendo
flanqueado por dos enemigos. En su trayecto, se permitió hacer un gesto de
agradecimiento a la Detectora, quien lo correspondió con un seco cabeceo. La
mujer aun estaba enojada.
Ya hablarían
y se disculparía con ella como correspondía. Debería haberla escuchado. Shaeira
lo hubiera hecho.
El sonido
de la batalla parecía empezar a decaer y también parecía que habían repelido el
ataque. Si solo quedaba una de esas mujeres Seanchan encadenada a otra, Relvana
y sus mujeres finalizarían el combate. Con suerte los daños no serian
suficientes y si navegaban a toda vela impulsados por los vientos tejidos por…
Se detuvo
en seco.
El mar brillaba
en rojo y fuego, como consecuencia de botes y restos de barandales quemados que
flotaban en las aguas del Océano Aricio. Y detrás de esos resplandores, una
gigantesca sombra se movía a una velocidad imposible para una embarcación de
semejante tamaño.
Y no había
dudas del origen de la embarcación, ya que tenia esa forma característica de
caja rectangular con sus velas cuadradas.
Era el
barco Seanchan mas grande que jamás había visto. Y venia a toda vela hacia
ellos.
-Dermira,
Relvana, retirada!! Dejad el combate y sacadnos de aquí AHORA!!!
La
Navegante, que luchaba por evitar que los Seanchan llegaran al puente de mando
grito algo ininteligible en medio del sonido del combate y se encaramo a una baranda que había sido destrozada por un
impacto enemigo, para luego trepar hacia el timón, al tiempo que Relvana corría
hacia el mismo sitio seguida por sus aprendizas, quienes al llegar a la
escalera se detuvieron y espalda con espalda comenzaron a repeler a los
soldados imperiales con el poder.
-
Luz,
si Relvana nos saca de aquí, le permitiré azotarme y colgarme por los pulgares
una semana seguida.
Siguió
gritando ordenes y luchando con renovados brios. había que librarse de los
invasores para poder enfocarse en la navegación y huir. No tenían oportunidad contra
una embarcación de esa eslora. Debía transportar al menos cinco centenares de
hombres.
Las velas
se soltaron y el viento comenzó a arreciar. El barco comenzaba a moverse.
La tripulación
entonces pareció recobrar toda su fuerza y rápidamente empezaron a caer los
soldados que quedaban, unos sobre las tablas de cubierta, muertos, y otros eran
directamente arrojados al mar, en donde no podían nadar ni flotar por el peso
de sus corazas. Una muerte atroz.
“Una muerte
merecida, condenados hijos de las arenas!” – mascullo Jehrmien al tiempo que
sus hombres se agrupaban en torno a el y cercaban a los últimos invasores.
-
No
los matéis. Tomadlos prisioneros, la Señora de los Barcos querrá llevarlos ante
el Consejo de las Doce para ser interrogados.
Los Seanchan,
igualmente, no parecían dispuestos a rendirse, sin importar la inferioridad numérica
ni el desventajoso numero. Hicieron falta cinco marinos por cada Seanchan para
poder desarmarlos, reducirlos y atarlos.
-
Esta
batalla ha terminado. Dejad de resistiros.
Uno de los
Seanchan sonrió desdeñosamente.
-
Eso
dices tu, esclavo de las marath’damane.- dijo con su forma tan exasperante de
hablar, arrastrando las palabras.
-
No,
barracuda invasora. Eso lo dice la realidad.
El Seanchan
rió desdeñosamente. Una risa carente de emociones.
-
Es
bueno que te parezca gracioso estar atado como un bacalao antes de ser echado
en el puchero.
-
Lo
que me parece gracioso es tu corto entendimiento de la realidad, estúpido.
Uno de los
tripulantes le dio un puñetazo directamente en el mentón, que sonó muy fuerte.
El Seanchan sin embargo, solo se limito a escupir la sangre y algún trozo de
diente sin siquiera quejarse.
-
Solmar,
no tratamos así a nuestros prisioneros, retírate – grito el Maestro de Armas a
su hombre.
-
Oh, no
te preocupes, marino. Pronto sabrás como tratamos nosotros a los
nuestros...
Jehrmien observo al hombre. Tenia medio labio colgando,
sangraba profusamente y su sonrisa no se había borrado de su rostro, tan solo
se había deformado. O tal vez vuelto mas siniestra.
Iba a replicar cuando escucho un sonido aterrador. Y otro. Y
otro mas.
Se incorporo y giro su cabeza y parte de su cuerpo hacia el
puente de mando, al tiempo que sus hombres hacían lo mismo. Y entonces supo que
estaban perdidos.
Tres enormes lagartos volaban en círculos alrededor del palo
mayor. Y sobre cada uno de ellos había al menos una docena de mujeres. Varias
ataviadas con el temible vestido azul y rojo y el brazalete plateado en su
muñeca. Algunas llevaban atadas mujeres que vestían de gris por el cuello. Otras solo llevaban la correa
rematada con el collar abierto.
El horror y el pánico atenazaron sus músculos.
Grito con todas sus fuerzas a Relvana. Pero era tarde.
La mujer estaba petrificada, no movía un solo músculo y en
su rostro siempre impasible, había ahora un terror paralizante.
Desesperado ordeno a sus hombres atacar, corrió hacia el
puente de mando sin quitar sus ojos de los negros ojos de la Detectora.
Uno de los lagartos había descendido y las Suldam se movían rápidamente.
Las que llevaban Damane daban ordenes a estas, y las bolas de fuego comenzaron
a impactar por toda la cubierta, contra sus hombres, que caían envueltos en
llamas y gritando desesperados.
Pero no había visto lo peor. Las otras, las que llevaban el
a’dam libre, se dirigían hacia las detectoras.
corrió con mas fuerza, saltando y esquivando fuego,
astillas, partes de quienes eran su familia en el mar.
Vio a Dermira interponerse entre una Suldam y Relvana. Apuro
mas la marcha. Aun estaba a tiempo. Aun…
Un rayo golpeo a la Navegante de lleno en el pecho. Para
cuando acabo de caer, su inerte cuerpo estaba ennegrecido por la descarga.
Apretó la mandíbula con fuerza, el corazón se le estaba
desintegrando como la espuma en la costa cuando el sol la baña.
No había tiempo para llorar. Sus ojos estaban fijos en
Relvana y en la distancia que le faltaba para alcanzarla. La Detectora lo
miraba con tristeza. Fue un instante en donde ambas miradas parecieron unidas
para siempre en el dolor y la gratitud por los años de amistad y por todo lo
vivido.
Y entonces, el collar se cerro en torno al cuello de la
mujer, que cayo al suelo de rodillas, mientras una Seanchan tiraba de la correa
y le daba ordenes como si fuera un lobo marino al que quiere amaestrar.
La visión se le nublo, todo era sangre y odio… infinito
odio. corrió a grandes zancadas. Solo había un objetivo en su mente ahora:
matar a esa mujer y liberar a su Detectora, a su amiga.
Su ímpetu fue tal que todas las Suldam acabaron reparando en
el cuando se abrió paso en medio de un huracán de estocadas, saltos e ira.
Las mujeres gritaron sus ordenes. El palo mayor recibió una
docena de impactos, y entonces el navío
se estremeció.
Luego el viento lo empujo y lo envió rodando por la cubierta.
Se puso en pie rápidamente, pero las mujeres ya estaban
subiendo a lomos del Raken.
-
no os llevareis mi familia, mi barco y mi honor en esa
condenada lagartija.
corrió hacia el puente cogiendo la espada en el camino. Y
entonces, desde los otros dos Raken, los ataques al palo mayor fueron mas
duros. El barco dio un bandazo y Jehrmien apenas pudo sostenerse, saltando en
el ultimo minuto y cogiendose de un barandal.
Los Seanchan ya tenían lo que querían. Era el final.
Intento en vano moverse nuevamente hacia donde la Suldam
arrastraba a Relvana… pero no fue posible. El Raken desplegaba sus alas y el
palo mayor se mecía inestablemente, entre crujidos que no auguraban mas que un
posible desenlace.
Otro bandazo, y el barco se inclino en un ángulo que
presagio el final. El palo mayor cedió en el momento en que el lagarto
levantaba vuelo. Grito con todas sus fuerzas el nombre de la Detectora. Pero su
grito fue ahogado por el estruendo del grueso madero chocando con la cubierta y
haciéndola añicos.
Desesperado trato de coger algún tablón grande, una madera,
un bote, una puerta, un palo. Pero era tarde. Tras el impacto, el barco gimió
en un estertor de muerte. Y justo cuando se disponía a saltar, un gigantesco
tronco lo golpeo en la cabeza.
En el ultimo segundo antes de que la oscuridad lo capturara,
pensó en los grises ojos de Shaeira. había fracasado. Y esta vez finalmente, no
cumpliría su promesa de volver al puerto seguro en el que ella lo esperaba. Perdió
la consciencia con la certeza de que el y su familia de alta mar tendrían un
descanso eterno en el fondo del océano Aricio junto al Leyenda de Korain. Un
destino mejor que el que le esperaba a Relvana.
La Nave insignia del Clan Korain se hundió lentamente, entre crujidos y llamas.
El sueño de toda la vida de Shaeira y Jehrmien naufragaba en un triste réquiem
que el mar jamás olvidaría.
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