lunes, 22 de mayo de 2017

De Jehrmien. Un sueño que naufraga.



El sonido sibilante paso a escasos metros de su cabeza, y el calor lo sofoco en medio de la batalla.
La bola de fuego impacto contra el palo mayor, que ya mostraba varias marcas negras producto de impactos anteriores.
Aun así no se detuvo. Asestaba golpes de espada a diestra y siniestra, pero era difícil golpear a esos condenados hombres embutidos en esas corazas tan cerradas. No entendía como podían moverse, ni siquiera respirar, cuando además las coronaban con esos cascos siniestros que los hacían parecer grillos.
La tripulación luchaba con fiereza contra la avanzadilla que los había abordado vía aérea. Y los estaban repeliendo.
Pero le preocupaba otra cosa.
Las bolas de fuego y los rayos no venían de los lagartos que volaban en circulo sobre el barco tras haber descargado su cargamento de invasores Seanchan.
Trabando espada contra espada, le asesto un duro golpe de escudo en el rostro al hombre con el que luchaba y cuando este se desestabilizo, lo remato con la espada en el cuello. Ese y la parte inferior del rostro era el único punto vulnerable en la defensa de sus enemigos. Y se encargo de vocearlo a sus hombres mientras continuaba luchando y animándolos en medio de una Tormenta de Acero. Su nombre de Sal. Shaeira nunca había entendido el motivo hasta la primera vez que le vio luchar. Shae…
Un puñal estuvo a punto de cruzar su corazón por la espalda, si no fuera por la oportuna intervención de Relvana, que acababa de lanzar al trapero asesino volando por los aires.
“Deja a Shae ahora y concéntrate, estúpido” – se dijo a si mismo mientras se libraba de su atacante y se dirigía en ayuda de un joven tripulante que estaba siendo flanqueado por dos enemigos. En su trayecto, se permitió hacer un gesto de agradecimiento a la Detectora, quien lo correspondió con un seco cabeceo. La mujer aun estaba enojada.
Ya hablarían y se disculparía con ella como correspondía. Debería haberla escuchado. Shaeira lo hubiera hecho.
El sonido de la batalla parecía empezar a decaer y también parecía que habían repelido el ataque. Si solo quedaba una de esas mujeres Seanchan encadenada a otra, Relvana y sus mujeres finalizarían el combate. Con suerte los daños no serian suficientes y si navegaban a toda vela impulsados por los vientos tejidos por…
Se detuvo en seco.
El mar brillaba en rojo y fuego, como consecuencia de botes y restos de barandales quemados que flotaban en las aguas del Océano Aricio. Y detrás de esos resplandores, una gigantesca sombra se movía a una velocidad imposible para una embarcación de semejante tamaño.
Y no había dudas del origen de la embarcación, ya que tenia esa forma característica de caja rectangular con sus velas cuadradas.
Era el barco Seanchan mas grande que jamás había visto. Y venia a toda vela hacia ellos.
-Dermira, Relvana, retirada!! Dejad el combate y sacadnos de aquí AHORA!!!
La Navegante, que luchaba por evitar que los Seanchan llegaran al puente de mando grito algo ininteligible en medio del sonido del combate y se encaramo a  una baranda que había sido destrozada por un impacto enemigo, para luego trepar hacia el timón, al tiempo que Relvana corría hacia el mismo sitio seguida por sus aprendizas, quienes al llegar a la escalera se detuvieron y espalda con espalda comenzaron a repeler a los soldados imperiales con el poder.
-         Luz, si Relvana nos saca de aquí, le permitiré azotarme y colgarme por los pulgares una semana seguida.
Siguió gritando ordenes y luchando con renovados brios. había que librarse de los invasores para poder enfocarse en la navegación y huir. No tenían oportunidad contra una embarcación de esa eslora. Debía transportar al menos cinco centenares de hombres.
Las velas se soltaron y el viento comenzó a arreciar. El barco comenzaba a moverse.
La tripulación entonces pareció recobrar toda su fuerza y rápidamente empezaron a caer los soldados que quedaban, unos sobre las tablas de cubierta, muertos, y otros eran directamente arrojados al mar, en donde no podían nadar ni flotar por el peso de sus corazas. Una muerte atroz.
“Una muerte merecida, condenados hijos de las arenas!” – mascullo Jehrmien al tiempo que sus hombres se agrupaban en torno a el y cercaban a los últimos invasores.
-         No los matéis. Tomadlos prisioneros, la Señora de los Barcos querrá llevarlos ante el Consejo de las Doce para ser interrogados.
Los Seanchan, igualmente, no parecían dispuestos a rendirse, sin importar la inferioridad numérica ni el desventajoso numero. Hicieron falta cinco marinos por cada Seanchan para poder desarmarlos, reducirlos y atarlos.
-         Esta batalla ha terminado. Dejad de resistiros.
Uno de los Seanchan sonrió desdeñosamente.
-         Eso dices tu, esclavo de las marath’damane.- dijo con su forma tan exasperante de hablar, arrastrando las palabras.
-         No, barracuda invasora. Eso lo dice la realidad.
El Seanchan rió desdeñosamente. Una risa carente de emociones.
-         Es bueno que te parezca gracioso estar atado como un bacalao antes de ser echado en el puchero.
-         Lo que me parece gracioso es tu corto entendimiento de la realidad, estúpido.
Uno de los tripulantes le dio un puñetazo directamente en el mentón, que sonó muy fuerte. El Seanchan sin embargo, solo se limito a escupir la sangre y algún trozo de diente sin siquiera quejarse.
-         Solmar, no tratamos así a nuestros prisioneros, retírate – grito el Maestro de Armas a su hombre.
-         Oh, no te preocupes, marino. Pronto sabrás como tratamos nosotros a los nuestros...
Jehrmien observo al hombre. Tenia medio labio colgando, sangraba profusamente y su sonrisa no se había borrado de su rostro, tan solo se había deformado. O tal vez vuelto mas siniestra.
Iba a replicar cuando escucho un sonido aterrador. Y otro. Y otro mas.
Se incorporo y giro su cabeza y parte de su cuerpo hacia el puente de mando, al tiempo que sus hombres hacían lo mismo. Y entonces supo que estaban perdidos.
Tres enormes lagartos volaban en círculos alrededor del palo mayor. Y sobre cada uno de ellos había al menos una docena de mujeres. Varias ataviadas con el temible vestido azul y rojo y el brazalete plateado en su muñeca. Algunas llevaban atadas mujeres que vestían de gris  por el cuello. Otras solo llevaban la correa rematada con el collar abierto.
El horror y el pánico atenazaron sus músculos.
Grito con todas sus fuerzas a Relvana. Pero era tarde.
La mujer estaba petrificada, no movía un solo músculo y en su rostro siempre impasible, había ahora un terror paralizante.
Desesperado ordeno a sus hombres atacar, corrió hacia el puente de mando sin quitar sus ojos de los negros ojos de la Detectora.
Uno de los lagartos había descendido y las Suldam se movían rápidamente. Las que llevaban Damane daban ordenes a estas, y las bolas de fuego comenzaron a impactar por toda la cubierta, contra sus hombres, que caían envueltos en llamas y gritando desesperados.
Pero no había visto lo peor. Las otras, las que llevaban el a’dam libre, se dirigían hacia las detectoras.
corrió con mas fuerza, saltando y esquivando fuego, astillas, partes de quienes eran su familia en el mar.
Vio a Dermira interponerse entre una Suldam y Relvana. Apuro mas la marcha. Aun estaba a tiempo. Aun…
Un rayo golpeo a la Navegante de lleno en el pecho. Para cuando acabo de caer, su inerte cuerpo estaba ennegrecido por la descarga.
Apretó la mandíbula con fuerza, el corazón se le estaba desintegrando como la espuma en la costa cuando el sol la baña.
No había tiempo para llorar. Sus ojos estaban fijos en Relvana y en la distancia que le faltaba para alcanzarla. La Detectora lo miraba con tristeza. Fue un instante en donde ambas miradas parecieron unidas para siempre en el dolor y la gratitud por los años de amistad y por todo lo vivido.
Y entonces, el collar se cerro en torno al cuello de la mujer, que cayo al suelo de rodillas, mientras una Seanchan tiraba de la correa y le daba ordenes como si fuera un lobo marino al que quiere amaestrar.
La visión se le nublo, todo era sangre y odio… infinito odio. corrió a grandes zancadas. Solo había un objetivo en su mente ahora: matar a esa mujer y liberar a su Detectora, a su amiga.
Su ímpetu fue tal que todas las Suldam acabaron reparando en el cuando se abrió paso en medio de un huracán de estocadas, saltos e ira.
Las mujeres gritaron sus ordenes. El palo mayor recibió una docena de impactos, y entonces el  navío se estremeció.
Luego el viento lo empujo y lo envió rodando por la cubierta.
Se puso en pie rápidamente, pero las mujeres ya estaban subiendo a lomos del Raken.
-         no os llevareis mi familia, mi barco y mi honor en esa condenada lagartija.
corrió hacia el puente cogiendo la espada en el camino. Y entonces, desde los otros dos Raken, los ataques al palo mayor fueron mas duros. El barco dio un bandazo y Jehrmien apenas pudo sostenerse, saltando en el ultimo minuto y cogiendose de un barandal.
Los Seanchan ya tenían lo que querían. Era el final.
Intento en vano moverse nuevamente hacia donde la Suldam arrastraba a Relvana… pero no fue posible. El Raken desplegaba sus alas y el palo mayor se mecía inestablemente, entre crujidos que no auguraban mas que un posible desenlace.
Otro bandazo, y el barco se inclino en un ángulo que presagio el final. El palo mayor cedió en el momento en que el lagarto levantaba vuelo. Grito con todas sus fuerzas el nombre de la Detectora. Pero su grito fue ahogado por el estruendo del grueso madero chocando con la cubierta y haciéndola añicos.
Desesperado trato de coger algún tablón grande, una madera, un bote, una puerta, un palo. Pero era tarde. Tras el impacto, el barco gimió en un estertor de muerte. Y justo cuando se disponía a saltar, un gigantesco tronco lo golpeo en la cabeza.
En el ultimo segundo antes de que la oscuridad lo capturara, pensó en los grises ojos de Shaeira. había fracasado. Y esta vez finalmente, no cumpliría su promesa de volver al puerto seguro en el que ella lo esperaba. Perdió la consciencia con la certeza de que el y su familia de alta mar tendrían un descanso eterno en el fondo del océano Aricio junto al Leyenda de Korain. Un destino mejor que el que le esperaba a Relvana.
La Nave insignia del Clan Korain  se hundió lentamente, entre crujidos y llamas. El sueño de toda la vida de Shaeira y Jehrmien naufragaba en un triste réquiem que el mar jamás olvidaría.



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