jueves, 18 de mayo de 2017

De Yhalantha. Pesadilla.



Estaba perdida.
Las fuerzas del Ejercito Invencible estaban a mas de dos kilómetros de su actual posición. Y en el medio, las fuerzas de Tar Valon, algo que para ella no era mas que un rejunte de traidores al juramento, usurpadores comandados por marath damane, a este lado del océano llamadas Aes Sedai, quienes gozaban de poder e influencia aun mayor que los propios reyes o dignatarios. La Tierra prometida fragmentada en decenas de reinos y todo orquestado por estas horribles mujeres, que deberían estar atadas, justamente para que no hicieran con estas tierras lo que ya habían hecho con Seanchan antes de la Consolidación en manos de Luthair Paendrag Mondwin, quien habia atado a las marath damane y habia unificado su tierra natal bajo un solo trono.
Yhalanta, aun en su estado de confusión, sintió que la ira la invadía. No caería aquí hoy. No.
Trato de levantar la cabeza, pero todo le daba vueltas. En el cráter donde ahora yacía, unas volutas de humo indicaban lo que habia pasado minutos antes.
Abrió sus azules ojos y la luz del sol se le antojo tortuosa. Pestañeo repetidas veces y luego pudo finalmente incorporar una parte del torso hasta quedar casi sentada.
Y entonces la peor pesadilla se hizo realidad: al otro lado de la correa que se unía a un brazalete plateado en su muñeca derecha, no habia nadie. Solo el collar del a’dam abierto. Su damane estaba muerta o habia escapado. Ahora si, estaba perdida.
No.
Maldiciendo su suerte, trato de incorporarse, pero fracaso estrepitosamente. Cayo como un saco de patatas, pesadamente sobre el duro suelo, clavándose algunos guijarros en su ya magullado cuerpo. Iba a morir allí. O peor aun, iba a ser capturada por esas malditas marath damane.
No.
Grito con furia, apretando las manos contra la tierra y aun con su imponente altura y corpulencia, la ira hizo que se incorporara. Era una Sul’dam. No era una débil mujer de estas tierras. Habia renunciado a los privilegios de la Sangre para posicionarse en lo mas alto entre las mujeres que eran la carta de la victoria en el Ejercito de la Emperatriz, así viviera por siempre. No renunciaría a la libertad. No caería este día. No seria capturada. Antes, moriría con honor a sus propias manos.
Rebusco en la parte trasera de un fajín que le ceñía el vestido azul y rojo con rayos plateados y destrabo su látigo. Respiro profundamente, tratando de mantener la estabilidad mientras lo extendía. Daria batalla antes de morir. No iba a quitarse la vida si aun habia alguna posibilidad.
NO.
Poco a poco la fuerza que la movía se hizo mas intensa. Empezó a ser consciente nuevamente de los estruendos, los gritos y el sonido de la lucha a su alrededor. La sensación de que el tiempo se habia detenido parecía menguar. Su rostro adquirió una expresión fiera, sus ojos se entornaron y una cruel sonrisa afloro en sus finos labios. allí, a unos pocos metros y de espalda a ella, una Marath Damane estaba concentrada con la vista fija en el cielo, en el cual las nubes se movían sobrenaturalmente. A su alrededor, el viento arreciaba y el sonido de la batalla era silenciado por el ulular de los vientos. La observo con ojo entrenado. Era muy poderosa. Si pudiera atarla…
Una ráfaga de viento la golpeo directamente en el rostro y la envío volando a varios metros de distancia, rodando tras su caída y sintiendo el ruido de varios de sus huesos quebrándose.
“No te rindes, Seanchan. Pero aquí se termina todo para ti”- dijo la Aes Sedai sin siquiera darse la vuelta.
Yhalanta no podía moverse. El dolor era insoportable. Su boca se lleno de sangre. Las heridas internas eran graves. sintió como los pasos de la mujer se acercaban, quiso voltear pero la punzada de dolor en su pulmón izquierdo la paralizo.
Abrió los ojos y frente a ella habia unos delicados escarpines de seda de color azul.
“Los tres juramentos me impiden matarte con el Poder. Pero nada me impide cortarte el cuello con una espada, Invasora”- dijo la Aes Sedai al tiempo que se acuclillaba frente a ella y la empujaba con fuerza hasta quedar frente a frente.
Yhalanta sostuvo la mirada fríamente, a pesar del dolor y un hilillo de sangre que se escurría por ambas comisuras de sus labios.
La mujer de la Torre Blanca soltó una risa desdeñosa.
“Orgullosa y altiva hasta el final. Es una pena que queráis atarnos, porque seriáis unas perfectas novicias”
La Sul’dam endureció la expresión y acto seguido escupió toda la sangre que tenia en su boca al rostro de la Marath Damane, quien se mantuvo impávida. Se quito la sangre con la mano derecha, donde brillo el anillo de la Gran Serpiente, y con esa mismo mano la abofeteo con la mano y luego con el dorso.
Yhalanta apretó los dientes, al tiempo que todo le daba vueltas. Con mucha dificultad abrió luego la boca y susurro “Mátame”.
La Aes Sedai negó con la cabeza.
-         Nosotras no hacemos las cosas de ese modo. Vivirás.
-         No… no eres mi dueña…
-         En este momento si , si lo soy.
Yhalanta intento levantarse, pero antes de que pudiera siquiera moverse, el dolor la paralizo, y solo pudo reprimir un grito agónico en su garganta.
La otra la observaba como si fuera un gato que juega con su presa antes de comérsela.
-         Descubrirás que hay cosas peores que la muerte, Sul’dam.
-         Nada… nada es peor que vosotras… Marath Damane…
-         En serio? No tienes ni ida…
La Mujer busco entonces la muñeca de la Sul’dam y le soltó el brazalete , colocándoselo en su propia muñeca. Yhalanta la observo frunciendo el ceño, sin comprender.
-         Ahora vas a ver que tan peor puedo ser para ti. Ahora me convertiré en tu pesadilla mas terrible. Mírame bien, porque este es el rostro de la Verdad. Uno del que jamás vas a olvidarte…
Todo se volvió negro de pronto. Para siempre. Era esta la muerte?
No. era aun peor.



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