Estaba
perdida.
Las fuerzas
del Ejercito Invencible estaban a mas de dos kilómetros de su actual posición.
Y en el medio, las fuerzas de Tar Valon, algo que para ella no era mas que un
rejunte de traidores al juramento, usurpadores comandados por marath damane, a
este lado del océano llamadas Aes Sedai, quienes gozaban de poder e influencia
aun mayor que los propios reyes o dignatarios. La Tierra prometida fragmentada
en decenas de reinos y todo orquestado por estas horribles mujeres, que deberían
estar atadas, justamente para que no hicieran con estas tierras lo que ya habían
hecho con Seanchan antes de la Consolidación en manos de Luthair Paendrag
Mondwin, quien habia atado a las marath damane y habia unificado su tierra
natal bajo un solo trono.
Yhalanta,
aun en su estado de confusión, sintió que la ira la invadía. No caería aquí
hoy. No.
Trato de
levantar la cabeza, pero todo le daba vueltas. En el cráter donde ahora yacía,
unas volutas de humo indicaban lo que habia pasado minutos antes.
Abrió sus
azules ojos y la luz del sol se le antojo tortuosa. Pestañeo repetidas veces y
luego pudo finalmente incorporar una parte del torso hasta quedar casi sentada.
Y entonces
la peor pesadilla se hizo realidad: al otro lado de la correa que se unía a un brazalete
plateado en su muñeca derecha, no habia nadie. Solo el collar del a’dam
abierto. Su damane estaba muerta o habia escapado. Ahora si, estaba perdida.
No.
Maldiciendo
su suerte, trato de incorporarse, pero fracaso estrepitosamente. Cayo como un
saco de patatas, pesadamente sobre el duro suelo, clavándose algunos guijarros
en su ya magullado cuerpo. Iba a morir allí. O peor aun, iba a ser capturada
por esas malditas marath damane.
No.
Grito con
furia, apretando las manos contra la tierra y aun con su imponente altura y
corpulencia, la ira hizo que se incorporara. Era una Sul’dam. No era una débil
mujer de estas tierras. Habia renunciado a los privilegios de la Sangre para
posicionarse en lo mas alto entre las mujeres que eran la carta de la victoria
en el Ejercito de la Emperatriz, así viviera por siempre. No renunciaría a la
libertad. No caería este día. No seria capturada. Antes, moriría con honor a
sus propias manos.
Rebusco en
la parte trasera de un fajín que le ceñía el vestido azul y rojo con rayos plateados
y destrabo su látigo. Respiro profundamente, tratando de mantener la
estabilidad mientras lo extendía. Daria batalla antes de morir. No iba a
quitarse la vida si aun habia alguna posibilidad.
NO.
NO.
Poco a poco
la fuerza que la movía se hizo mas intensa. Empezó a ser consciente nuevamente
de los estruendos, los gritos y el sonido de la lucha a su alrededor. La
sensación de que el tiempo se habia detenido parecía menguar. Su rostro adquirió
una expresión fiera, sus ojos se entornaron y una cruel sonrisa afloro en sus
finos labios. allí, a unos pocos metros y de espalda a ella, una Marath Damane
estaba concentrada con la vista fija en el cielo, en el cual las nubes se movían
sobrenaturalmente. A su alrededor, el viento arreciaba y el sonido de la batalla
era silenciado por el ulular de los vientos. La observo con ojo entrenado. Era
muy poderosa. Si pudiera atarla…
Una ráfaga
de viento la golpeo directamente en el rostro y la envío volando a varios
metros de distancia, rodando tras su caída y sintiendo el ruido de varios de
sus huesos quebrándose.
“No te
rindes, Seanchan. Pero aquí se termina todo para ti”- dijo la Aes Sedai sin
siquiera darse la vuelta.
Yhalanta no
podía moverse. El dolor era insoportable. Su boca se lleno de sangre. Las
heridas internas eran graves. sintió como los pasos de la mujer se acercaban,
quiso voltear pero la punzada de dolor en su pulmón izquierdo la paralizo.
Abrió los
ojos y frente a ella habia unos delicados escarpines de seda de color azul.
“Los tres
juramentos me impiden matarte con el Poder. Pero nada me impide cortarte el
cuello con una espada, Invasora”- dijo la Aes Sedai al tiempo que se
acuclillaba frente a ella y la empujaba con fuerza hasta quedar frente a
frente.
Yhalanta
sostuvo la mirada fríamente, a pesar del dolor y un hilillo de sangre que se escurría
por ambas comisuras de sus labios.
La mujer de
la Torre Blanca soltó una risa desdeñosa.
“Orgullosa
y altiva hasta el final. Es una pena que queráis atarnos, porque seriáis unas
perfectas novicias”
La Sul’dam endureció
la expresión y acto seguido escupió toda la sangre que tenia en su boca al
rostro de la Marath Damane, quien se mantuvo impávida. Se quito la sangre con
la mano derecha, donde brillo el anillo de la Gran Serpiente, y con esa mismo
mano la abofeteo con la mano y luego con el dorso.
Yhalanta apretó
los dientes, al tiempo que todo le daba vueltas. Con mucha dificultad abrió
luego la boca y susurro “Mátame”.
La Aes
Sedai negó con la cabeza.
-
Nosotras
no hacemos las cosas de ese modo. Vivirás.
-
No…
no eres mi dueña…
-
En
este momento si , si lo soy.
Yhalanta
intento levantarse, pero antes de que pudiera siquiera moverse, el dolor la
paralizo, y solo pudo reprimir un grito agónico en su garganta.
La otra la
observaba como si fuera un gato que juega con su presa antes de comérsela.
-
Descubrirás
que hay cosas peores que la muerte, Sul’dam.
-
Nada…
nada es peor que vosotras… Marath Damane…
-
En
serio? No tienes ni ida…
La Mujer
busco entonces la muñeca de la Sul’dam y le soltó el brazalete , colocándoselo
en su propia muñeca. Yhalanta la observo frunciendo el ceño, sin comprender.
-
Ahora
vas a ver que tan peor puedo ser para ti. Ahora me convertiré en tu pesadilla
mas terrible. Mírame bien, porque este es el rostro de la Verdad. Uno del que jamás
vas a olvidarte…
Todo se volvió
negro de pronto. Para siempre. Era esta la muerte?
No. era aun
peor.
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