Estaba
sentada mirando el río. Estaba sola. No había guardias, no había cortejo, no había
reverencias.
Observaba
el río discurrir en torno a una dura piedra rojiza. Por mas esfuerzo que las
corrientes hicieran, la piedra no se movía de allí. Se mantenía en su sitio,
pequeña pero desafiante. Igual que ella.
La hierba estaba
pálida. El cielo, como casi todos los días, de un gris plomizo que agobiaba.
Poso sus verdes ojos en las nubes que se movían, en busca del resplandor del
sol, pero no pudo encontrarlo.
-
Se
que estas ahí, aunque la mano del Oscuro se empeñe en querer hacerme creer lo
contrario.
Una alegoría
de sus propios sentimientos.
Los días
que sucedieron al funeral de Cordelia, habían sido duros, intensos, confusos…
Había
descubierto una pista muy firme sobre una célula del Ajah Negro que podría
llevarla directamente a la captura de los asesinos de Jhamira. Y probablemente
de otras de sus predecesoras.
Esto era
algo demasiado importante, pero llegaba en un momento de extrema confusión. La
muerte de Cordelia, su profecía final, los sentimientos hacia Sartek que habían
quedado expuestos, las presiones de la Antecámara, los ataques de la Sombra en
las Naciones Fronterizas, los acuerdos diplomáticos con los Atha’an Miere, el Dragón
Renacido que se movía por el mundo negando, o mejor dicho, evitando, cualquier
contacto con la Torre Blanca, el regreso a Manala tras tantos años…
Resoplo con
fastidio.
No podía
cometer errores. Debía capturar a las responsables de las muertes o
neutralizaciones de las mujeres que ocuparon la Sede Amyrlin antes que ella. Y debía
poner todo en ello. Sabia que no era fácil, sabia que estaban espiándola.
Incluso ahora mismo, podía haber alguien (y de seguro lo habría) observándola.
Se arrebujo
en su capa, porque de pronto sintió frío. Pero no frío del ambiente, sino uno
que venia desde sus propios huesos.
Miro
alrededor y a lo lejos contemplo que la enorme loba que acompañaba siempre a
Ayein, dominaba toda la extensión de la llanura Manaleña desde un saliente
rocoso, donde estaba echada, simulando dormir.
-
Al
menos también me vigilan para protegerme.- se dijo a si misma, sonriendo
quedamente.
Ayein había
resultado una de las compañías mas gratificantes que había compartido en sus últimos
años. La mujer era callada y reflexiva, inteligente y observadora. podría
decirse que en muchas cosas se parecía a Silviana, su Guardiana de las Crónicas.
Pero, a diferencia de la Roja, Ayein era calida, humana y maternal. Tres
palabras que nadie se atrevería a mencionar como atributos de Silviana.
-
Silviana…
en cuanto se entere lo que he hablado con Siuan va a venir a buscarme con una
vara, y me va a arrastrar por los pelos hasta mi despacho, me zurrara, me
aleccionara, me pondrá cara de pocas pulgas, para finalmente ajustarse la
estola a los hombros, decirme “con vuestro permiso, Madre” y regalarme la mas
perfecta reverencia.
Nuevamente
se encontró sonriendo, aunque esta vez con una punzada de tristeza y melancolía
en lo profundo de su alma. No podía seguir allí. Debía irse y dejar los asuntos
políticos de la Torre en otras manos. Tenia un servicio que prestar a Tar Valon
y al mundo mucho mas importante que su propia vanidad. Ser Sierva de Todos
implicaba renunciamientos. Implicaba sacrificios. Y ella estaba dispuesta a
todo por lograr salvar a la mayor cantidad posible de inocentes.
Sintió a
Sartek. Aparentemente, no había enmascarado sus sentimientos cuando pensaba en
Silviana y el hombre ahora estaba preocupado.
-
Déjame
en paz!! – pensó y procedió a enmascarar el vinculo, solo para recibir una
oleada de indignación que debía ser muy intensa, considerando la distancia a la
que se encontraban – Bah, si tanto te importa lo que me pasa, deberías estar
aquí conmigo y no jugando al Gran Capitán de Fal Dara, estúpido orgulloso
cabeza de carnero.
Cogió una
piedra y la arrojo con fuerza contra la que había estado observando antes.
-
Enamorarte?
Eres una idiota. La Sede Amyrlin se enamora de su Guardián, un
hombre cuya vida esta atada y signada a la Torre Blanca y la tragedia, que perdió
a su Sedai (nada menos que una de las mas grandes Amyrlin de la historia) y que
se resiste a vivir, por tanto ella le vincula para salvarle… Vaya épica romántica!
Podrías encajar en todos los estereotipos de creación de historias fantásticas
del mas corriente de los juglares
Se puso en
pie con rapidez, furiosa consigo misma por los aguijonazos mentales a los que
se estaba sometiendo desde que… bueno, desde el condenado beso.
Camino con decisión
hacia el río, sin levantarse las faldas de su vestido y cuando estuvo a tiro,
le propino un puntapié a la piedra roja. Pero la piedra no cedió y en cambio,
se hizo fuerte daño en el pie.
Grito.
Grito con toda sus fuerzas. Con furia descontrolada. Abrazo la Fuente y se
dispuso a hacer añicos aquel guijarro desafiante.
Bajo la
vista para mirarla… y entonces, el agua le devolvió su reflejo. Y en medio de
su frente, en esa imagen, la piedra roja seguía allí.
Soltó la
fuente y se dejo caer de rodillas sin reparar ya en el dolor del pie o en el
que sintieron sus rodillas al clavarse contra el duro lecho.
Las
lagrimas rodaron por su mejilla.
-
Ahora
lloras, “madre” – le pregunto esa voz de su consciencia que siempre la
pinchaba.
-
Vete
al cuerno, maldita seas. Tu y esa jodida piedra del infierno. SI!! LLORO!!
Estoy sola, voy a llorar todo lo que tenga ganas, durante el tiempo que tenga
ganas. Y déjame de mascaras. No puedo seguir llevando mascaras conmigo misma.
Al terminar
la frase oyó una voz detrás de ella que le hizo dar un respingo tan
pronunciado, que prácticamente salto por encima del agua.
-
Vaya,
gracias a la Luz que eres una mujer. Si fueras un hombre y te encontrara en
este estado, pensaría que la Macula del Saidin ha acabado con tu cordura.
Giro sobre
si misma, desconcertada, mojada, con las mejillas llenas de churretes y los
ojos centellantes de ira. Y se topo con unos ojos azules intensos y
centellantes de la misma ira.
-
Y
ya déjate de saltar como si fueras una trucha remontando el río y sal del agua
que tenemos que hablar. Te espero en la casa, así te doy tiempo a recuperar
algo de dignidad y aplomo.
La mujer
giro sobre sus talones y se fue. Sin mas. Sin dejarla responder, sin
reverencias.
Miro su
espalda, ceñuda. Casi no tenia fuerza en el poder ahora, y sin embargo su
lengua y su mente seguían siendo de las mas poderosas que jamás había conocido.
Se
arremango el vestido y salio del agua en dirección a la cabaña. En el camino se
limpio y seco con el poder. Recompuso su cabello y adopto nuevamente la expresión
glacial.
-
Veremos
Siuan Sanche, si conservas el aplomo cuando me ocupe de ti.
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