sábado, 27 de mayo de 2017

De Khalindira. Los sentimientos debajo de la máscara.




Estaba sentada mirando el río. Estaba sola. No había guardias, no había cortejo, no había reverencias.
Observaba el río discurrir en torno a una dura piedra rojiza. Por mas esfuerzo que las corrientes hicieran, la piedra no se movía de allí. Se mantenía en su sitio, pequeña pero desafiante. Igual que ella.
La hierba estaba pálida. El cielo, como casi todos los días, de un gris plomizo que agobiaba. Poso sus verdes ojos en las nubes que se movían, en busca del resplandor del sol, pero no pudo encontrarlo.
-         Se que estas ahí, aunque la mano del Oscuro se empeñe en querer hacerme creer lo contrario.
Una alegoría de sus propios sentimientos.
Los días que sucedieron al funeral de Cordelia, habían sido duros, intensos, confusos…
Había descubierto una pista muy firme sobre una célula del Ajah Negro que podría llevarla directamente a la captura de los asesinos de Jhamira. Y probablemente de otras de sus predecesoras.
Esto era algo demasiado importante, pero llegaba en un momento de extrema confusión. La muerte de Cordelia, su profecía final, los sentimientos hacia Sartek que habían quedado expuestos, las presiones de la Antecámara, los ataques de la Sombra en las Naciones Fronterizas, los acuerdos diplomáticos con los Atha’an Miere, el Dragón Renacido que se movía por el mundo negando, o mejor dicho, evitando, cualquier contacto con la Torre Blanca, el regreso a Manala tras tantos años…
Resoplo con fastidio.
No podía cometer errores. Debía capturar a las responsables de las muertes o neutralizaciones de las mujeres que ocuparon la Sede Amyrlin antes que ella. Y debía poner todo en ello. Sabia que no era fácil, sabia que estaban espiándola. Incluso ahora mismo, podía haber alguien (y de seguro lo habría) observándola.
Se arrebujo en su capa, porque de pronto sintió frío. Pero no frío del ambiente, sino uno que venia desde sus propios huesos.
Miro alrededor y a lo lejos contemplo que la enorme loba que acompañaba siempre a Ayein, dominaba toda la extensión de la llanura Manaleña desde un saliente rocoso, donde estaba echada, simulando dormir.
-         Al menos también me vigilan para protegerme.- se dijo a si misma, sonriendo quedamente.
Ayein había resultado una de las compañías mas gratificantes que había compartido en sus últimos años. La mujer era callada y reflexiva, inteligente y observadora. podría decirse que en muchas cosas se parecía a Silviana, su Guardiana de las Crónicas. Pero, a diferencia de la Roja, Ayein era calida, humana y maternal. Tres palabras que nadie se atrevería a mencionar como atributos de Silviana.
-         Silviana… en cuanto se entere lo que he hablado con Siuan va a venir a buscarme con una vara, y me va a arrastrar por los pelos hasta mi despacho, me zurrara, me aleccionara, me pondrá cara de pocas pulgas, para finalmente ajustarse la estola a los hombros, decirme “con vuestro permiso, Madre” y regalarme la mas perfecta reverencia.
Nuevamente se encontró sonriendo, aunque esta vez con una punzada de tristeza y melancolía en lo profundo de su alma. No podía seguir allí. Debía irse y dejar los asuntos políticos de la Torre en otras manos. Tenia un servicio que prestar a Tar Valon y al mundo mucho mas importante que su propia vanidad. Ser Sierva de Todos implicaba renunciamientos. Implicaba sacrificios. Y ella estaba dispuesta a todo por lograr salvar a la mayor cantidad posible de inocentes.
Sintió a Sartek. Aparentemente, no había enmascarado sus sentimientos cuando pensaba en Silviana y el hombre ahora estaba preocupado.
-         Déjame en paz!! – pensó y procedió a enmascarar el vinculo, solo para recibir una oleada de indignación que debía ser muy intensa, considerando la distancia a la que se encontraban – Bah, si tanto te importa lo que me pasa, deberías estar aquí conmigo y no jugando al Gran Capitán de Fal Dara, estúpido orgulloso cabeza de carnero.
Cogió una piedra y la arrojo con fuerza contra la que había estado observando antes.
-         Enamorarte? Eres una idiota. La Sede Amyrlin se enamora de su Guardián, un hombre cuya vida esta atada y signada a la Torre Blanca y la tragedia, que perdió a su Sedai (nada menos que una de las mas grandes Amyrlin de la historia) y que se resiste a vivir, por tanto ella le vincula para salvarle… Vaya épica romántica! Podrías encajar en todos los estereotipos de creación de historias fantásticas del mas corriente de los juglares
Se puso en pie con rapidez, furiosa consigo misma por los aguijonazos mentales a los que se estaba sometiendo desde que… bueno, desde el condenado beso.
Camino con decisión hacia el río, sin levantarse las faldas de su vestido y cuando estuvo a tiro, le propino un puntapié a la piedra roja. Pero la piedra no cedió y en cambio, se hizo fuerte daño en el pie.
Grito. Grito con toda sus fuerzas. Con furia descontrolada. Abrazo la Fuente y se dispuso a hacer añicos aquel guijarro desafiante.
Bajo la vista para mirarla… y entonces, el agua le devolvió su reflejo. Y en medio de su frente, en esa imagen, la piedra roja seguía allí.
Soltó la fuente y se dejo caer de rodillas sin reparar ya en el dolor del pie o en el que sintieron sus rodillas al clavarse contra el duro lecho.
Las lagrimas rodaron por su mejilla.
-         Ahora lloras, “madre” – le pregunto esa voz de su consciencia que siempre la pinchaba.
-         Vete al cuerno, maldita seas. Tu y esa jodida piedra del infierno. SI!! LLORO!! Estoy sola, voy a llorar todo lo que tenga ganas, durante el tiempo que tenga ganas. Y déjame de mascaras. No puedo seguir llevando mascaras conmigo misma.
Al terminar la frase oyó una voz detrás de ella que le hizo dar un respingo tan pronunciado, que prácticamente salto por encima del agua.
-         Vaya, gracias a la Luz que eres una mujer. Si fueras un hombre y te encontrara en este estado, pensaría que la Macula del Saidin ha acabado con tu cordura.
Giro sobre si misma, desconcertada, mojada, con las mejillas llenas de churretes y los ojos centellantes de ira. Y se topo con unos ojos azules intensos y centellantes de la misma ira.
-         Y ya déjate de saltar como si fueras una trucha remontando el río y sal del agua que tenemos que hablar. Te espero en la casa, así te doy tiempo a recuperar algo de dignidad y aplomo.
La mujer giro sobre sus talones y se fue. Sin mas. Sin dejarla responder, sin reverencias.
Miro su espalda, ceñuda. Casi no tenia fuerza en el poder ahora, y sin embargo su lengua y su mente seguían siendo de las mas poderosas que jamás había conocido.
Se arremango el vestido y salio del agua en dirección a la cabaña. En el camino se limpio y seco con el poder. Recompuso su cabello y adopto nuevamente la expresión glacial.
-         Veremos Siuan Sanche, si conservas el aplomo cuando me ocupe de ti.

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