Shaeira despierta por los constantes movimientos entre
sueños de su esposo. Lo acaricia por ver de calmarlo, pero luego ella no puede
volver a conciliar el sueño. Le preocupa su estado, si bien las que entienden
de curaciones y remedios aseguran que se pondrá bien. Se levanta con cuidado de
no molestarlo. Prende las velas de los candelabros, y una luz suave se abre
paso en la oscuridad del camarote. De nuevo retoma su diario y lee otro
fragmento.
18 de Nesan de 972 NE
Quisiera meterme en la gruta más profunda del arrecife más
lejano y no salir jamás. Tanto esperar los doce, los trece, los catorce… y
ahora a los quince ya es muy seguro que no puedo encauzar. Tanta esperanza, “aguarda,
niña, no seas impaciente, a algunas mujeres el don se les desarrolla más tarde
que a otras” me decía Relvana. Y esperar es lo único que he hecho durante estos
años. ¿Para qué? Para nada. Me siento engañada, defraudada, me siento vacía. Es
como si me hubieran arrancado algo que fue mío sin serlo.
Y como siempre, la solución para apaciguar mi desaliento,
para apagar mi desolación, la solución que mi madre siempre aplica es el
trabajo duro, o los castigos por ponerme mohína, según su parecer. Tengo las
manos en carne viva, el estómago revuelto por tanto comer lo mismo uno y otro
día. Pronto pareceré un muchacho si
continúan enviándome a lo alto del mástil una y otra vez, venga a trepar por la
escala como un mono de Cindaking. Acarrear barriles de agua, coser, fregar,
abrillantar, trenzar cabos para hacer sogas más gruesas, limpiar el maldito
pescado.
Si algo bueno puedo sacar de todo esto es que mi fortaleza
ya no tiene nada que envidiarle a la de las más fuertes. Si algo me consuela es
que las horas con la Navegante también han aumentado. Hace semanas me permitió
trazar la deriva desde Tremalking hasta uno de los islotes de las Somera y
apenas erré por poco más de un grado. Y hace unos días, sin ir más lejos, permanecí
junto a ella en el puente mientras navegábamos por los traicioneros Dedos del
Dragón. Incluso me preguntaba qué maniobra realizaría yo. Fue realmente
emocionante, y más emocionante fue cuando me dijo que sería una buena navegante
porque ella jamás otorga un elogio inmerecido.
Ahora es de noche. Esta tarde por primera vez en semanas he
podido lanzar un bote al agua y alejarme un poco del Leyenda. Estamos fondeados
cerca de las Ayle Dashar, por algún asunto de las Doce. Hay sendos barcos
formando un arco con la isla principal en el centro. Es una visión hermosa. Bueno,
pues como decía, remando a sotavento me he acercado al Azotador de Olas.
Ansiaba que ocurriera lo que finalmente ha pasado. Mi querido Jehrmien debía de
presentir que haría algo así, y se ha deslizado por la escala de babor hasta
saltar al bote. Luz, es tan atractivo. Hace tiempo que no perdemos la ocasión
de vernos. Es difícil porque él viaja tanto o más que nosotros, y su padre se
lo lleva siempre.
Lo que siento cada vez que lo veo es indescriptible. Algo
parecido dicen las aprendizas de las Detectoras cuando tocan la Fuente. No tengo modo de saberlo. Pero me llena, colma
todos mis sentidos, es como una brisa, como un vendaval. Enseguida se ha dado
cuenta de mi estado anímico, y entre sus brazos tan poderosos ya, he recobrado
la calma. Debo aceptar las cosas como vienen. Ya no soy una niña.
Los murmullos de Jehrmien interrumpen la lectura.
—Por los Ocho mares… ¿Por qué este hombre está hablando tan
a menudo en lengua antigua? —susurra, hondamente confundida —.
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