viernes, 5 de mayo de 2017

De Yeyrhiana. Llegada de tía Henadia.





Y al fin llegó tía Enadia. Cargada de regalos, como siempre, y con varias historias para compartir sobre sus viajes por distintos lugares del continente. Mientras nana y yo le ayudábamos con el equipaje, nos informó que se quedaría poco tiempo ya que debía partir de inmediato a atender algunos asuntos que requerían de su presencia. Ambas dijimos que es una pena que no pueda prolongar más su estancia, pero que aprovecharíamos estos días al máximo; nana prometió que todo el tiempo que esté entre nosotras sería agasajada como se merecía. Tía Enadia sonrió complacida; yo sonreí también para mis adentros, aunque por otros motivos. Ella y nana Shaeida eran amigas desde hace años, pero mi nana parecía tratar a la otra mujer con mucha deferencia. Más tarde preguntaría a mi nana el porqué de ese trato tan especial hacia la recién llegada… a lo que nana me respondería como siempre: ¡-Son cosas que no incumben a una niñita preguntona!



En fin, ese día lo pasamos en casa, y al día siguiente tía Enadia y yo dimos un pequeño paseo por el puerto. Vimos anclado en los muelles un surcador de los marinos; tras haberlo contemplado un largo rato ensimismada, preguntó: -¿soberbio, verdad?



Como Mayeniense que soy, yo ya estaba acostumbrada a ver algún que otro barco  Atha’an Miere; sin embargo, esas naves nunca dejaban de impresionarme, de modo que asentí. Mientras seguíamos paseando por el puerto, me contó que hace mucho tiempo había conocido a una detectora de vientos entretanto me describía las virtudes de la gente del pueblo del mar. Vale decir que pese a todo lo que se dice sobre los marinos, a mí mucho no me gustan… como dije, me fascinan sus barcos, admiro su habilidad innata para comerciar, y envidio un poco la gracilidad y la cadencia de movimientos de las mujeres. Sé que son respetuosos y honestos, (una de las tantas cualidades a las que se refiere tía Enadia) pero me desagrada ese cierto desdén hacia los que ellos llaman confinados. Ay, ya estoy perdiéndome en mis reflexiones… prosigo mi relato. Seguimos conversando sobre otros asuntos, cuando de repente me interrogó: -¿te has sentido mal en estos días? Quedé algo anonadada por su pregunta inesperada, pero al final recordé que efectivamente me había sentido bastante mal, había padecido una insoportable jaqueca y algo de temperatura, –pero ya todo está bien, – respondí sonriendo. ¡Eso es por andar descalza por la playa todo el tiempo!



Ella trató de insinuar una especie de sonrisa apenas, luego sacudió la cabeza como desechando algún pensamiento, una idea…, no se… y a continuación propuso volver a la casa argumentando de que estaba muy cansada. Yo dije que me parecía bien, pero que primero quería buscar noticias sobre mi amiga, la que había sido llevada a la torre blanca.



-Perfecto – asintió: yo me iré a hacerle compañía a tu nana entonces, y tras esbozar ahora si una amplia sonrisa, se despidió.



Al volver a la casa las encontré a ambas confidenciando en voz baja, y aunque traté de entender lo que decían, fue imposible. Solo captaba incomprensibles susurros. Hice un poco de ruido para que me oyeran, y me encaminé hacia donde estaban. No dije nada, ¡aunque me hubiera gustado saber que se traían entre manos esas 2! -ven, pequeña – llamó a continuación tía Enadia. Ven a charlar un poco con estas viejas.



Pasamos la tarde entre té, risas y anécdotas. Luego ayudé a mi nana con la cena, y así nos preparamos a disfrutar de la última noche con nuestra tan apreciada visita.

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